Este país necesita una absolución

El acuerdo PSOE-PP para la renovación del Gobierno de los jueces ha sido la primera buena noticia política que el bipartidismo nos ha dado en años; del pluripartidismo, tal y como por estos pagos se entiende, no pueden esperarse ya más que disgustos. Tengo para mí que este acuerdo, suscrito con todas las reticencias que usted quiera, es susceptible de abrir una nueva etapa, nueva de verdad, en la que, más que amnistiarnos por las malas, malísimas, prácticas pasadas, nos demos una absolución por los muchos pecados, pecadillos y faltas cometidos en los últimos años. Creo que el país está preparado para la absolución; lo que no sé es si alberga en su corazón un propósito de la enmienda.


Estoy en el lado contrario de quienes piensan que, al alejarse una convocatoria de elecciones generales de nuestro horizonte político, es la hora de serenar conciencias y aquietar pendencias entre nuestros políticos. Quienes tal piensan creen que Pedro Sánchez aprovechará la ocasión para, sintiéndose ganador de la contienda de los jueces y de las batallas ante las urnas (¿?), agotar la Legislatura en modo reformista y, hasta donde sea capaz, conciliador. Que es virtud que me temo que se le desconoce.


Mi tesis es la contraria: creo que Sánchez, para que la absolución canónica sea completa y los ciudadanos podamos percibir hasta dónde llega el propósito de la enmienda (Puigdemont y compañía, absténganse de estas consideraciones, por favor; para ustedes no hay absolución posible, aunque haya amnistía forzada), debería aprovechar una hipotética repetición de las elecciones catalanas para convocar él también unas elecciones generales. Unas elecciones que le alejen de ‘pactos Frankenstein y hagan de España una democracia normalizada más, si es que en Europa existen ahora mismo democracias realmente normalizadas, que no es, desde luego, el caso de la vecina Francia.


Sánchez ya ha cumplido. Diría que su tiempo está agotado, y que ahora, si prolongase la agonía de una Legislatura sin los socios de antaño (porque ni Junts, ni Esquerra, ni Podemos ni, acaso, Sumar, aunque en una galaxia distinta, ya lo son), todo se desgastaría hasta el punto de que las próximas elecciones casi enterrarían al socialismo. Como ocurrió en Francia e Italia, que mire usted dónde están ahora, y como estuvo a punto de ocurrir con el Reino Unido, que solo ahora, tras muchos años dominados por los conservadores, va a ver retornar al laborismo. Muy otro laborismo.


Creo que un patriota, y no quisiera dudar de que Sánchez lo sea, se dedicaría ahora a fortalecer la idea de la socialdemocracia –él es el líder moral de este tendencia, en Europa y quizá en el mundo-, regenerar de sus debilidades, errores y abusos al Partido Socialista y prepararse para una temporada en la oposición, si esa es la voluntad de los electores y la capacidad, aún por demostrar, de los propios líderes opositores.


Sí, estoy diciendo, lisa y llanamente, que Sánchez no debe tratar de perpetuarse en el poder, que debe ir preparando ordenadamente unas elecciones –llevaría ya casi siete años en la presidencia del gobierno- e ir adecuando una posible sucesión a su persona. Ya sé, ya sé, que Sánchez no es así, que está hecho de la pasta del dicho aquel de Cela, que no era precisamente un virtuoso de la pureza democrática, ‘el que resiste, gana’. Puede que sí, pero pierden sus sucesores y, en este caso, quizá todo el país.


Sí, estoy diciendo, lisa y llanamente, y con mi corazón socialdemócrata en la mano, que Pedro Sánchez debe empezar a ir preparando su marcha, dejando ordenado el panorama institucional (y legal) que tanto ha desordenado. Y entonces, solo entonces, le absolveremos de sus muchos pecados y ensalzaremos las cosas buenas que, sin duda, ha hecho. Pero su tiempo se está terminando; vaya pensando en irse, mientras no se le marchite el laurel en la frente y empiece a tener muchos más enemigos que deudos, señor Sánchez.  

Este país necesita una absolución

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