Creímos que la democracia era participación, diálogo, acuerdos y consensos que buscarían el bien común. Ejerciendo el derecho de voto las mayorías serían respetadas y las minorías también. La ciudadanía permanecería vigilante para que los compromisos adquiridos se cumplieran, tendríamos información y la transparencia sería una forma de conducta irrenunciable. La confianza otorgada a nuestros representantes no podría verse traicionada y el valor de la palabra un contrato con la sociedad, la mentira y el engaño serían líneas rojas que no se podrían traspasar porque quebrarían al principio de lealtad hacia los ciudadanos y supondría un coste reputacional que se vería reflejado en las urnas. En otros países la mentira de un político supone la jubilación política, la inhabilitación y el reproche social, aquí no. Nos están tratando como borregos y nosotros lo aceptamos con normalidad, como si no mereciéramos el más mínimo respeto, como si fuéramos parias sin derechos, estamos cosificados como papeletas de voto y solo recurren a nosotros cada cuatro años para tratar de continuar sentados en el sillón, quince días de falsas promesas que se evaporan el día siguiente de votar, ya tienen lo que querían y nosotros solo fuimos tontos útiles que pensábamos que éramos los protagonistas de la democracia y, a la postre, solo éramos convidados de piedra. Y nos lo tragamos con total normalidad y un silencio que nos hace cómplices, quizá merezcamos todo lo que nos pasa porque, no lo duden, están pasando cosas que nos afectarán a todos, los gobernantes pasan, los pueblos permanecen y el sufrimiento lo llevaremos en nuestra mochila como penitencia por nuestra desidia. España tiene un cáncer en su democracia, los nacionalismos exacerbados y los independentistas asilvestrados se encuentran protegidos por una mala ley electoral que los prima y los hace imprescindibles para la gobernabilidad de nuestra nación y cuando, a mayores, los grandes partidos les hacen concesiones, España se debilita y los enemigos de España se fortalecen. En ese punto crítico estamos ahora, un presidente del gobierno en funciones que pretende renovar por cuatro años más, lo cual es legítimo, pero a costa de ceder ante las exigencias inadmisibles de los separatistas, lo cual es ilegítimo, contradiciéndose en todo aquello que juró antes de las elecciones. El dijo que traería a Puigdemont para ser juzgado, que la amnistía era inconstitucional, que no negociaría un referéndum de autodeterminación, que no indultaría a golpistas, etc., etc. Es verdad que llueve sobre mojado, ya nos mintió antes, recordarán aquello de “no podría dormir con Podemos en el gobierno” y, a pesar de ello, millones de españoles le volvieron a otorgar su confianza. El, a la vista de los hechos, entiende que tiene un cheque en blanco para hacer y deshacer a su antojo, que su palabra no tiene valor, pero le vale, que tiene que ser presidente por encima de todo y de todos y, mientras, nosotros callamos, hemos sido reducidos a observadores silenciados alrededor de una mesa donde se juega nuestro futuro. No reconozco a esta España dócil, humillada ante sus enemigos que recuerda al circo romano donde el autócrata con su pulgar decide sobre nuestras vidas sin contar con nosotros. No, no reconozco a esta España y no alcanzo a comprender lo que nos pasa. Quizá lo entendamos cuando nos llegue la factura porque, no lo duden, esa sí la pagaremos todos nosotros. Poco nos pasa.…