C uantos ucranianos conocen el español, que son muchos, se expresan en nuestro idioma con sorprendente fluidez, claridad y precisión, mejor incluso que muchos españoles, pero por alguna oscura razón que se me escapa, las traductoras que suelen contratar en la televisión, y no digamos la encargada de verter al castellano la esperada alocución de Volodimir Zelenski al pueblo español en el Congreso de los Diputados, ni entienden nada, ni hay quien las entienda, y, lo que es más lacerante, desvirtúan y arruinan los mensajes que nos mandan quienes se hallan en el centro del horror.
Ya ocurrió hace un par de semanas en un programa que venía anunciando con gran aparato la exclusiva de una entrevista en directo con el principal asesor y mano derecha del presidente de Ucrania.
Fué terrible, la traductora no pillaba una, y la que pillaba no sabía trasladarla al español, hasta el punto de que al entrevistador se le llevaron los demonios y acabó jurando en arameo. Pero se ve que no hay uno sin dos, y despreciando las enseñanzas del antecedente, el Congreso encargó la traducción simultánea de Zelenski a una señora ayuna de toda formación en esos menesteres, cual vino a reconocer ella misma, la pobre, tras el monumental dislate.
En vez de oír a Zelenski, siquiera entreverada su voz con la traducción simultánea, los cientos que se apiñaban en el hemiciclo y los millones que seguían el acto por la televisión lo que oyeron fue la voz horrísona y destemplada de una criatura que laminaba con sus chillidos la del presidente, sin alcanzar ni de lejos a traducir con un mínimo de sensatez lo que nos estaba diciendo. Cuando se dice algo, importa casi tanto el cómo se dice que lo que se dice, pero esa ciudadana se las arregló para estropear ambas cosas.
La culpa, desde luego, no es de esas personas que ignoran el difícil arte de traducir simultáneamente, sino de quienes las contratan para hacer lo que no saben. Pero siendo la carnicería de Putin en Ucrania un suceso tan terrible como transcendente, hay algo muy ominoso en esa elección chapucera que lo banaliza y lo degrada, aunque, pese a cuanto hizo la apócrifa traductora del Congreso para que no nos enteráramos de nada, sí conseguimos, menos mal, enterarnos de algo: Gernika. 1937. Aquella matanza que también negó Franco.