Para vivir con una felicidad razonable es necesario que se den varias circunstancias y cuando estas coinciden en el tiempo, tenemos una sensación placentera que nos ayuda a enfrentarnos al futuro con ánimos renovados. La primera exigencia podría ser la salud, que uno y los suyos tengan una buena salud es razón necesaria para poder alcanzar esa ansiada felicidad.
Lo contrario te empuja al sufrimiento, al dolor en carne propia o ajena, pero es una sensación paralizante. Entran en juego los temores, los vértigos que genera la impotencia de no poder ayudar más allá de lo que la ciencia y el cariño puedan aportar. Después nos exigimos una cierta estabilidad económica que pueda procurar a nuestra familia un bienestar. Los hijos son la siguiente preocupación, ver como progresan y que alcancen una independencia y accedan a un trabajo que tenga que ver con su formación o vocación y que les permita realizar su propio proyecto de vida de acuerdo a sus aspiraciones.
Para los padres nunca dejan de ser niños, pero la vida les exige a ellos mismos ganar su propia felicidad. Y, finalmente, vivir en un ambiente que no resulte tóxico, respirar un aire de paz social compartida porque uno no puede ser feliz si a su alrededor reina la tristeza y la incertidumbre y esta afecta a seres queridos, amigos o familiares más o menos cercanos. Cuando todas estas circunstancias concurren entonces nos sentimos bien, con ganas de todo y con los miedos justos, lo cual es muy importante para tener una mente sana. Ya lo dijeron los clásicos: “Mens sana in corpore sano” que en la Roma imperial se utilizaba con frecuencia. Y esta es la teoría, pero veamos ahora nuestra realidad. La salud es un bien a proteger y, hasta hace bien poco, solo nos preocupaba la salud física, pero llegó la maldita pandemia y nos cambió la vida. La salud física no dejó de preocuparnos pero hoy sabemos el valor de la salud mental y estoy convencido que tanto la propia pandemia como el confinamiento nos ha perjudicado a todos y afectado a nuestra salud mental y, en muchos casos, a la física.
La primera exigencia de nuestro código de la felicidad se ha ido al traste. En cuanto a la estabilidad económica que les voy a decir, nadie puede decir, salvo los funcionarios, que tiene su trabajo asegurado. Las empresas también han cambiado para adaptarse a los nuevos tiempos y el teletrabajo ha venido para quedarse. Con ello se pierde un contacto personal y pasas a ser un número, da igual si eres más fiel a la empresa o al pijama, muchos teletrabajan en pijama, pero lo cierto es que las relaciones sociales y humanas que antes existían también han sufrido una merma importante. Me cuentan que hay personas que tienen miedo hasta de cogerse unas vacaciones por si al regresar ya hay alguien teletrabajando en su lugar. Y lo de los hijos merece un capítulo aparte. Les estamos dejando un mundo horrible, plagado de miedos, inseguridades e incertidumbres. Quien no conoce, o padece, la tristeza de jóvenes que cumplen los cuarenta en casa de sus padres y a los que les resulta imposible plantearse ninguna independencia y ningún proyecto de vida lejos del techo familiar. Queridos amigos, estamos viviendo tiempos de infelicidad y parece que nos hemos acostumbrado a ellos con una naturalidad inexplicable. En el fondo todos estamos convencidos de que todos estos males pasarán y ojalá así sea, pero de momento…