Qué duda cabe de que uno de los más interesantes y quizá prometedores rostros políticos de este 2023 va a ser el de la ministra de Trabajo y vicepresidenta, Yolanda Díaz. El halo de incertidumbre que rodea su futuro político, su propia indefinición a la hora de decantarse por algunas de las vías por las que creo que aún puede optar, contribuyen a que su rostro, día sí, día también, aparezca en los periódicos y, por cierto, casi siempre en las páginas positivas. Y lo más curioso es que lo logra siendo una de las pocas figuras políticas en candelero que no se ha metido ya de lleno en la precampaña electoral que tendrá su primer hito en los comicios municipales y autonómicos del 28 de mayo. Quizá hasta entonces pueda mantener el misterio; luego, ya no.
Difícilmente verá usted a Yolanda Díaz metiéndose en charcos. Para eso ya están los/as dirigentes de Unidas Podemos, esa Ione Belarra y esa Irene Montero que cada vez que hablan hacen temblar los cimientos de lo que habría de ser una coalición armoniosa. Y no digamos ya nada del portavoz parlamentario ‘morado’, Pablo Echenique, que este viernes se apresuraba a descalificar el discurso del Rey el día de las Fuerzas Armadas, sabiendo que ese discurso ‘de Estado’ proviene directamente del Gobierno al que UP apoya.
Ella ha limitado su acción en el Ejecutivo al tema que le ocupa: el laboral. Y admito que, con sus ondulaciones, ha sido hasta ahora una bastante buena ministra de Trabajo: los sindicatos están ‘pacificados’, valga el término, y la patronal, que en muchas cosas discrepa lógicamente de la vicepresidenta-ministra, al menos la respeta. No ha sido posible otro ‘pacto laboral de La Moncloa’, pero este se ha avizorado como más cercano que un acuerdo político. Sus interlocutores se sienten siempre halagados, quizá en exceso, por ella. ¿Es fiable? He escuchado respuestas contrapuestas.
Son incapaz de predecir si marchará en solitario hacia las urnas, o si acabará aceptando encabezar las listas de Unidas Podemos, para lo cual tendrá que aclarar sus malas relaciones con su competidora interna Irene Montero y, claro, con el ‘fundador’, no tan en la sombra ni tan apartado, Pablo Iglesias. O si escuchará los cantos de sirena que le llegarán sin duda desde el campo socialista y se prestará a una nueva ‘operación Garzón’, como aquella de 1993 de Felipe González con el entonces ‘juez estrella’, que concurrió de ‘número dos’ en la lista por Madrid, y aceptará figurar directamente en las candidaturas del PSOE, como independiente o en un acuerdo con los restos de Izquierda Unida.
Todo esto es un cierto lío, lo sé, y el lío es poco conveniente a la hora de enfrentarse a las urnas. Por ello tendrá que decantarse rodearse de colaboradores más eficaces y notorios, que no todo va a ser repartir sonrisas y lisonjas mientras acapara el protagonismo en las medidas ‘buenas’ para la opinión pública, como la subida del salario mínimo, o los abrazos con Lula da Silva, contemplada con una sonrisa por Felipe VI. Ahora llega lo realmente difícil. Hoy, cuando empezamos a recorrer un año que va a ser sin duda políticamente apasionante, Yolanda Díaz es, aunque con distinto signo para unos y para otros, una apuesta. Pero ¿por cuál carta apostar? Hay quien predice el batacazo, pero no falta quien la vea, en un futuro quizá no tan lejano, hasta de presidenta de algún gobierno peculiar: no faltan encuestas que la prefieran a Sánchez en La Moncloa. El serial continuará: hoy, solo cabe constatarlo y tomar asiento de espectador en primera fila, sabiendo que van a ocurrir muchas cosas.