Carlos Vázquez presenta en el Liceo de Artesanos de Monelos una amplia selección de pinturas en “Trayectoria”, donde el dolor hace pareja con una maternidad o un temporal de Riazor porque la libertad es la máxima con la que el pintor coge el pincel. De ahí la diversidad de temas.

Cualquier género puede provocar curiosidad en el artista, que cuenta que cuando se queda con un paisaje impactante, le da vueltas hasta que lo tiene. En ocasiones, los protagonistas o las estampas no tienen nada que ver con lo que aparece delante de sus ojos. Él los saca de recortes que ve en los periódicos o en el telediario y junto a las dornas que hacen más bonita si cabe la zona de Aguiño están las revueltas estudiantiles de Chile.

Es por eso que la muestra es una pequeña retrospectiva de su forma de hacer en el lienzo, que comienza con un llanto y termina con el retrato de una pareja de enamorados. Después está el color, que varía según sea su estado de ánimo. De esta forma, de una etapa donde predominaban las tonalidades oscuras, Vázquez pasa a una temporada en la que la luz es más luz en sus cuadros. Él se encarga de enfatizarla.

El creador dice que no dejó de pintar desde que tiene memoria aunque sí es cierto que no con la asiduidad que él quisiera pero es ahora, con la jubilación en ristre, cuando puede darle rienda suelta a su imaginación para rescatar a su consuegro con el clarinete entre sus manos. Y siempre con la intención de evolucionar y seguir avanzando.

Al contrario que algunos artistas, que tienden a encasillarse como si jugaran al parchís, Carlos Vázquez ha estado cambiando hasta en la última de sus obras para ofrecer cosas distintas. En composiciones donde destaca el retrato pero también el paisaje, la expresión de las personas que salen a respirar en el lienzo dispara sensaciones. Informa. Lejos de presentar un mundo irreal, en el suyo también hay dolor y represión porque “toca hacer de todo como en la vida”.

Por eso, las protestas sociales son un hervidero de ideas para un artista que dispone ahora de todo el tiempo del mundo para engordar su repertorio.

Ante un mar del Orzán, que “impresiona a cualquiera”, o frente a un espectacular Aguiño en un día de verano.