A Azucena García, la poesía le ayuda a organizar su cabeza y sus emociones, deshacer los demonios personales y ver la luz. Es como una actividad neurolingüística porque ella plasma en el papel y el resultado hace que su alrededor encaje. Hoy, a las 19.30 horas, presenta el libro en el salón de la ONCE. Lo titula “Cartografía del Olvido” porque es necesario olvidar para continuar. De la mano de Lautana Editorial, la coruñesa divide sus poemas en tres partes.
En la primera, están los que atienden al amor y al desamor. Después, coloca a la enfermedad con la que tuvo que enfrentrarse y por último, presenta a personajes importantes, reales e irreales. Para pisar el presente, la escritora acepta el pasado. Por eso, mastica las historias que le sucedieron en pretérito perfecto y asume que hay deseos que se le escapan de las manos. Haciendo poemas, “encuentro mi yo más personal, soy una persona más sosegada”. Y en un lugar más centrado, mira para el frente y camina.
Escribe desde el 2.000 cuando estaba en el último año de Políticas y empezó a colaborar con la revista “Andaina” y “Leña verde”, y en Radio Arteixo, Radio Obradoiro y Radio Líder.
La escritura es como una forma de caramelizar lo que lleva dentro, un talento que presenta sencillo. Sin embargo, esto es solo una envoltura, “es más profunda de lo que parece”. Azucena practica el verso libre. Antes de hacerlo libre, lo pule hasta el final. Así es cómo le dice adiós a un amor de años al que renuncia por ella misma. Cuenta que es una despedida sin dramatismos. Hay gratitud y generosidad y de su poso, pasa al precipicio, que es donde se situó cuando le dieron un diagnóstico.
Pero no se queda ahí, sino que lucha y en medio de la pelea, habla con la enfermedad, a la que no le pone nombre. No es necesario. Cuenta el temblor de sus manos provocada por la ingesta de medicamentos para mantener el equilibro y en “Vencedores” se proclama victoriosa porque está por encima de ella: “Llevo una vida normal”. De ahí, salta al tercer round, donde habla de un poeta que, en realidad, es ella. Se lo dedica a Fran Alonso. Después, está Clara, que es la hija que nunca tuvo y que también va para alguien muy especial, su abuela María, “llena de luz”. Sin querer, se va del futuro no futuro a la infancia, cuando tocaba ir a Salgueiriños de Arriba en Santiago para entrar en aquella casa repleta de buenas vibraciones y alegría, con pocos recursos, pero sin necesidad de tener más porque “era la persona más genorosa y con una inteligencia natural”. La que nació en el hospital de Labaca, se fue a O Burgo y después volvió siendo pequeña a una ciudad, que adora por el mar. Con ilustraciones de Daniel Dapena y un texto en prosa encabezando las tres partes, “Cartografía del Olvido” es un cóctel de emociones libres.