Hay iconos con una significación y con una carga simbólica tan fuerte que el paso de los años los convierte, casi por inercia, en símbolos del pasado. Por ejemplo, todo el mundo reconoce al vaquero del Marlboro, pero aquella masculinidad poco o nada tiene que ver con el mensaje que transmiten los tiempos que corren. Algo así pasa con el vaso de tubo, compañero inseparable durante décadas, desde el blanco y negro al HD, pero virtualmente un vestigio del pasado y ya sin presencia en la noche de A Coruña. O incluso en la copa de la tarde. La mayoría de los locales se han deshecho de él y es prácticamente imposible encontrar el trago deseado para aquellos que se resisten a la renovación. Es el precio de la sofisticación y de la importancia de la presentación.
Incluso la ‘cunca’ de vino de la casa, el de las tascas de toda la vida, ha sobrevivido con más vigencia que el vaso de tubo. Para Héctor Cañete, presidente de la Asociación Provincial de Empresarios de Hostelería de A Coruña, es la necesidad de desmarcarse del pasado lo que lo ha enterrado definitivamente. Ya no existen los tiempos del “ponme un cubata”. Ahora es el cliente el que enumera una interminable lista de variantes de bebida premium, e incluso en la mezcla pone matices y condiciones. Y ojo con que le pongan un limón o una naranja mal cortados. “Hace tiempo que es totalmente anacrónico y está obsoleto, a nadie le gusta”, sentencia. “Es una cuestión de imagen, un recuerdo de las copas de antes, pero también tiene que ver con la presentación de la copa. De hecho, creo que todo empezó con la expansión de las ginebras premium, que ya permiten otro tipo de preparaciones”, agrega.
La ‘macedonia de frutas’, que le llamaban los castizos a los nuevos cubatas, le ha ganado la partida al sol y sombra, el brandy y todo aquello que desprenda barra de bar con humo de tabaco. Que huela a Varón Dandy.
Variantes de sibarita aparte, y salvo recipientes reservados para un Macallan o un Blue Label, entre el vaso de sidra y la copa de balón suele haber consenso por parte de la totalidad de los clientes: tiene que parecer un buen ‘copazo’.
El primero acostumbra a utilizarse para rones, el rey de la noche actualmente, mientras que el segundo se abre al abanico gin-y-lo-que-toque. “Obviamente, el cambio de hábitos del público ha llevado a pensar en el vaso de tubo como algo peyorativo, sin calidad. Lo que se vende ahora es una experiencia y nosotros hemos eliminado el vaso de tubo. No conozco a nadie que lo use, salvo algún bar para alguna caña”, subraya Emilio Ron, de The Clab, Cine París y un grupo de hostelería tradicional. Sin embargo, en sus tiempos en Pachá o Pirámide, tuvo auténticos ejércitos de trabajadores recogiendo vasos de tubo por doquier.
La imagen y el vídeo publicados por este diario, que trajo de vuelta a la actualidad el Fin de Año del 88 en C’assely, mostraron otra enorme diferencia a la hora de hablar de ese salto de cuatro décadas: vasos de tubo y botellas amontonados en la tarima. “Entonces iban más cargadas las copas”, indica Ron. Sin embargo, muchos se pasaron a la sidra atraídos por un supuesto tamaño mayor para los cinco segundos de rigor a la hora de despachar el alcohol.
A caballo entre el turismo y el cliente local más exigente, la zona de La Marina tiene algunos de los establecimientos más exitosos en lo que a volumen de trabajo se refiere. Y allí tampoco hay ni rastro del vaso de tubo. Para Antonio Ruiz, responsible de La Calle, Quai y Piccadilly, la culpa la tiene el gin tonic. “El vaso de tubo directamente ya no lo tenemos y creo que ha sido la moda de las ginebras lo que se lo ha llevado por delante”, intuye. Para Carlos Pastoriza, de Amoa, Brétema, Studio 54 y Tío Ovidio, la explicación es muy sencilla. “Ha pasado de moda, la gente lo ve como algo viejuno y es muy incómodo: le metes dos hielos y casi no entra ni la Coca Cola de la copa”, lamenta.
Sin embargo, los ‘vasosidristas’ también podrían tener las horas contadas, según advierte Sergio Marentes, de Aeroclub: “El vaso de sidra acabará muriendo debido a la llegada del vaso cónico, que te hace ahorrar un montón de mercancía. Eso sí, para los nostálgicos siempre quedarán las verbenas y sus vasos de tubo de plástico.