La fuerza de la calle

Nunca despreciemos el valor y el simbolismo que la acción humana, sobre todo cuando es colectiva, es capaz de alcanzar. No necesariamente es la fuerza de la razón, pero sí de la reflexión de muchos. Hoy, que tanto hastío producen formas y comportamientos, actitudes y hechos, es necesario más que nunca revitalizar el papel y el rol que deben jugar asociaciones, fundaciones y actores civiles, cómo no, los vecinos. Viven y radiografían la realidad cotidiana de sus vidas, de su quehacer, de sus barrios, de sus calles. Cuanta más distancia haya entre estos y los responsables políticos mayor es la sima de falta de entendimiento y complicidad, cercanía y respeto.
Pero de ahí a la fuerza, al vandalismo, al griterío vociferante y lleno de insultos media algo más que un abismo. Cuando la fuerza orilla a la palabra, cuando el salvajismo y la violencia arrinconan al diálogo, se pierde convicción, se pierde la razón y el argumento.
Lo estamos viendo estos días en una ciudad española donde los vecinos discrepan, no sabemos si mayoritariamente o no, de unas determinadas actuaciones urbanísticas decididas por el consistorio. De ahí a las imágenes que abren informativos y periódicos, vandalismo en esencia y estado puro, o si prefieren, y por desgracia, kaleborroquismo exportable, emponzoñan lo que inicialmente era una protesta cívica a lo que ahora se convierte en clandestinidad y violencia antisistema destructiva. Hoy más que nunca urge la sensatez y la razón, la tolerancia y el respeto. Y también que los no violentos se aparten nítidamente de quienes no tienen otro argumento que la violencia y lo vandálico.

La fuerza de la calle

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