Devoción u obligación

Antes se almorzaba siempre en casa. Había efemérides, acontecimientos y ocasiones para sentarse en un restaurante compartiendo mesa y pan. Pero eran los menos. Como acudir a casa de Lúculo o celebrar la fiesta patronal. Hoy los tiempos, especialmente la carencia de servicio doméstico que se paga a precio de oro, ha alterado los usos sociales, pues las amas de hogar, sobrecargadas de trabajo doméstico, imponen su ley de bronce de los salarios y establecen statu quo: “ me niego a cocinar los sábados y domingos”. ¿Virtud? ¿Defecto? Quienes hemos rebasado ciertas edades recordamos los domicilios familiares por cuyos patios de luces ascendían las canciones populares interpretadas a voz en grito por las “mucamas” mientras batían los huevos que anunciaban la tortilla de patata junto al caldo o la sopa.
¿Devoción o obligación? El rosario de estaciones de la gula herculina para todos los gustos. Desde el más encopetado burgués, pasando por el hortera oficinista hasta el obrero sin cualificar. Si quieren letra gótica alemana o elegante inglesa. Después si un amigo poderoso te invitaba a su mesa era el acábose. Excelente y abundante comida rematada por aromático café de pota, buen coñac y mejor veguero o faria de la muy acreditada fábrica de tabacos coruñesa. Eran otros tiempos y templos de pecado: Fornos, Lhardy, casas de comidas regidas por viudas, restaurantes y tascas para el picoteo.
En las familias, numerosas entonces, se bendecía la mesa y el jefe de tribu debatía los problemas con los comensales sin el martirio actual de televisiones y radios: aunque abandonadas las casas hoy por los hijos, los padres están más solos que la una. Si acaso un adiós pinturero o un “si estáis bien, bien está; yo, estoy bien”. Después el paso de los años nos inclina a rescatar horas que no volverán nunca. Donde se añoran los besos maternos o los consejos que no se obedecieron cuando tenían vitalidad para sacar adelante andanzas futuras...

Devoción u obligación

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