HIERBA

Anadie hacía daño, a nadie le molestaba. No era Hyde Park, ni el Retiro. Ni siquiera Méndez Núñez. Era tan solo un humilde y pequeño parque con algunos árboles, setos y césped que nos evocaba modestamente a los urbanitas los olores del campo, la hierba húmeda o recién cortada. Tenía un sendero de tierra moteada de gravilla que poco a poco trazaron los caminantes que lo utilizaban como atajo entre semáforo y semáforo. No era Central Park, era sólo un jardín urbano, pequeño, sin mayores aspiraciones, donde descansaban y hallaban sombra los jubilados y donde los críos jugaban, rebozándose a menudo en algún charco de barro, dejando luego inocentemente la huella de sus manitas en la ropa de los mayores.
Pero cierto día alguien decidió que aquello no era bueno, que era feo o que era inútil y que había que hacer algo. Había que gastarse el dinero en cambiar un parquecillo con árboles, setos, hierba y senderos de tierra y grava por otro más funcional, educativo y, cómo no, de diseño. Dicho y hecho. Manos a la obra, desapareció alguna que otra especie arbórea, se volatilizaron los setos y la hierba se la debieron de fumar los que idearon el proyecto (que habrá costado un pastón, a tenor de la duración de las obras).
Así que, poco a poco, empezaron a materializarse toda suerte de elementos de curioso mobiliario urbano. Proscrito el césped, se redujo el ya modesto perímetro en favor de una orgía de cemento, una sinfonía de planchas de acero amenazantes como cuchillas –que nada bueno presagian– y un bosque de estructuras de colores chillones destinadas a servir de juegos infantiles, “pistas americanas” ideadas por alguien empeñado en que nuestros hijos parezcan chimpancés (sería un poco aventurado achacar a los efectos de la ayahuasca todo este aquelarre arquitectónico). Una vez inaugurado con cinta, discurso y banda de música, habrá que confiar en que alguna de esas criaturillas que antes sólo se pringaban de barro no se parta ahora la crisma.
Y así se resuelven los espacios públicos de esparcimiento coruñeses (que se podría hacer extensible al resto de Galicia). Parece que a los responsables municipales les sobreviene una erisipela cada vez que ven un árbol. Su objetivo será a partir de ese momento talarlo, dejar mondos de hierba los jardines y sustituirlo todo por hormigón. Y profusión de matojos, muchos matojos. Son voraces. Fantasean con explanadas grises y vacías (diáfanas, dicen) a las que llaman “zonas verdes” o con áreas minimalistas y “lúdicas” para que los niños aprendan a jugar, ya que, al parecer, no saben. Y las hacen nuevas o corren a transformar las que ya hay, dejando en manos de las adjudicatarias inquietantes proyectos como las tropelías de la plaza de As Conchiñas o el jardín de la calle del Alcalde Puga y Parga en Cuatro Caminos.

HIERBA

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