Winston Churchill se atribuía esta frase de los partes de guerra en la II Guerra Mundial, pero en realidad fue un titular meteorológico de “The Daily Mail”. Entonces, los españoles no estábamos para juegos de palabras, ocupados con fosas comunes y poetas entre tinieblas de recodos inconfesables. Fue un gesto propio de la flema inglesa y su peculiar insularidad, un tic de imperios pasados que el tiempo hizo crecer y convirtió en otro emblema británico como el té de las cinco y las chaquetas de cuadros esperpénticos.
Entrar en la CEE fue difícil, controvertido y con tantas aristas en forma de matices que la Dama de Hierro, Margaret Thacher, logró el impensable cheque británico compensatorio, por formar parte de la Europa de los mercaderes en tiempos difíciles para los derechos individuales y sociales, con Reagan al otro lado levantando tempestades. Ambos eran la horma de un mismo calzado: la bota hermética Neocon. El pusilánime laborismo intentó suavizar el sentimiento antieuropeo con gestos para la galería y lo han pagado arrinconados entre sus contradicciones. Nadie duda ya que aquellos polvos traerían lodos futuros.
Así fue, está pasando: el Reino Unido nunca atravesó el canal, convertido en fiel aliado del yanqui que antes fue su imperio. Juntos toman whisky –aunque a veces sea de Kentucky– mientras Europa sigue a su bola. La crisis económica; los errores encadenados de la UE por políticas ruinosas para sus miembros más débiles; muerto Schengen –víctima de xenófobos encriptados– y la tormenta perfecta entre Calais y Dover, vamos del Grexit al Brexit.
Con tanto tensar la cuerda, Cameron pretende el descaro indignante de la “asimetría en derechos individuales”, es decir, la restricción de los derechos sociales de los europeos al pisar suelo británico. El acuerdo logrado a última hora es la consolidación del “exit” paulatino de las islas y responde al problema europeo con menos Europa.
Mientras, somos espectadores en primera fila del genocidio de refugiados de guerras fomentadas por Occidente y alimentadas por el Zar Putin I, que, desde su Palacio del Kremlin, respalda a sátrapas y ajusta cuentas con turcos que masacran kurdos, al amparo de silencios vergonzosos y unos descerebrados yihadistas portando armas humeantes con olor a Occidente y petrodólares, para completar el delirio del terror.
Los responsables rodean a la paciente, una moribunda Europa: Angela Merkel, rehén de sí misma, en huida libre cerrando fronteras. Françoise Hollande, frustrada esperanza blanca socialista, convertido en marioneta con hilos lejanos e intentando rentabilizar funerales de Estado... y Mariano Rajoy, chivándole a todo el mundo que habrá nuevas elecciones o “esto es un lío”, cual Don Tancredo mimetizado, sometido a su propio ridículo y comprando el cuponazo de los viernes porque alguien le dijo que eso le resolvería la papeleta. Siempre le quedarán el vaso, el plato y el alcalde.
El proyecto europeo es insostenible mientras la excepción sea la norma y ésta no se cumpla. Quizás en algún sitio y en alguna parte se comienza a gestar el mejor de los acuerdos posibles: Good bye & good luck.