Yhablando de repetirse, nada como la información en general. Año tras año parece que estemos viviendo la misma vida en un desesperante círculo vicioso. Las noticias ya no son tal, sino un cartel anunciador de eventos al que solo le falta añadirle números romanos para aclarar de qué edición se trata. La cosa comienza con las rebajas, allá por enero. Idénticos textos e imágenes nos ilustran desde hace décadas sobre el particular. Les siguen los carnavales, a los que indefectiblemente los locutores acostumbran a declarar en un alarde de erudición como la lucha de don Carnal y doña Cuaresma, como cuando han de referirse a los Rolling Stones llamándolos no por su nombre, sino por el apodo “Sus Satánicas Majestades”, como si algún poderoso tabú les obligase a ello. Y después, claro está, los jocosos carnavales de Cádiz y los chabacanos, bochornosos y desaboridos insulares. Luego, las Fallas.
Burla burlando llegamos a la especialmente apreciada trilogía andaluza: la Semana Santa y su pasional forma de vivirse (sin olvidarse de aludir de soslayo a la sobria castellanoleonesa), la Feria de Abril y sus cien mil bombillitas de las narices y el Rocío y sus almonteños, todas ellas celebraciones de obligado cumplimiento informativo y para las que tanto los noticiarios como los programas de entretenimiento (¿existe alguna diferencia entre ambos?) desplazan una ingente cantidad de reporteros, enviados especiales y presentadores (y algún gorrón). A partir de ahí, análogas imágenes, idénticos comentarios y parejas observaciones. Alguien debió de escribir ese guion hace tiempo.
Todos estos acontecimientos han de ir entreverados sine qua non con las obligadas referencias al tiempo meteorológico. Llueve y hace frío en invierno y sol y calor en verano, salvo que llueva y haga frío en verano y sol y calor en invierno, circunstancias estas que llegan a convertir el asunto en un scoop que abre telediarios. Si se producen nieves polares, temporales o temperaturas extremas (algo que sucede todos los años) la cosa deviene en una orgía periodística. Y antes de llegar a la información sobre las vacaciones de verano, las “refrescantes imágenes”, los millones de desplazamiento, las comidas, los deportes, la vida en el chiringuito, aparece en todo su esplendor otro de los hitos informativos: los sanfermines. La inexcusable mención a Hemingway inaugura el festín. Y todos con el pañuelico rojo, así nos estén hablando de los muertos en carretera, de la tasa de paro, de la subida de impuestos o de los recortes sociales. Ni nos inmutamos. Pasmando ante el televisor, vemos y oímos las mismas chorradas en sesión continua. No nos ofrecen información ni análisis. Nos dan pienso. Que no nos extrañe pues que con esas tragaderas nos tomen por el pito del sereno. Pueden hacer con nosotros lo que quieran. La información es poder. Y la desinformación más. Nos convierte en carne industrial lista para el matarife.