El exceso se ha instalado en la sociedad, hasta el histrionismo. Un médico ha tenido que solicitar una baja por estrés después de haber estado presente durante las declaraciones de los portavoces del centro sanitario a un enjambre de periodistas histéricos. El hombre temió acabar laminado entre la marabunta de reporteros, cámaras, micrófonos y espontáneos. Hay imágenes. “Nunca más”, lloriqueaba en medio de lo que parecía una feroz carga de antidisturbios contra manifestantes antisistema en una cumbre del G-8.
Los informativos nos ofrecen –esta vez sí– una carga policial contra quienes clamaban contra el sacrificio de una cacatúa condenada por las autoridades por estar supuestamente contagiada por el virus. Los protestantes, por cierto, se asemejaban a otros que se revuelcan y forcejean en cualquier manifestación, aquí y allá por esto o por aquello (el parecido es tan sorprendente que no hay duda de que fueron a la misma peluquería).
Cadenas de televisión y emisoras de radio, prensa, tertulianos, contertulios, tertuliosos y tertuliantes; opinadores, opinantes, articulistas, columnistas, llamadas de telespectadores, de oyentes, cartas al director, vecinos y viandantes. Portadas, reportajes, análisis y despliegue infográfico. Unidades móviles desplazadas a la casa de la madre de una contagiada para informar de urgencia sobre sus entradas y salidas con el carrito de la compra. Páginas y más páginas. De momento, a los infectados se les pone nombre y apellidos, como a los contagiados. Se aportan datos biográficos, humanos y psicológicos...
El Gobierno calla. Y las autoridades sanitarias. Farfulla el Gobierno. Se buscan culpables. Critica la oposición, el Gobierno responde, la sociedad protesta. Internet ironiza. Las redes se cachondean. El Gobierno se defiende. Muere un infectado. La pseudoposición pide dimisiones, la oposición arremete, los expertos dan la voz de alarma, los expertos piden calma. Vuelven a dar la alarma. Confusión. Los científicos alertan, los científicos piden tranquilidad. Dicen que es muy fácil el contagio. ¡No, no! Difícil. Que no, que es muy fácil. No hay fármacos. Sí hay fármacos. No, no los hay. Los laboratorios trabajan a destajo (y los fabricantes de mascarillas). ¡Pandemia! No, no hay pandemia. Bueno, algo sí... Y ¡albricias! ¡Tenemos el remedio! Todos los años lo mismo. Es lo que tiene la gripe común, que cada otoño se desata la histeria. Y eso que solo provoca tres o cuatro mil muertos al año. Por lo demás, visto lo visto, y en manos de quien estamos, que Dios nos coja confesados.