Fechas navideñas. Buen rollo. Deseos de paz, amor y felicidad. La lotería, como siempre menos el 20%. Luces, guirnaldas y refulgentes árboles artificiales de diseño “o sea”. La tropa solidaria de contrato eventual se lanza a la calle a captar almas cándidas y generosas. La televisión se llena de colores histéricos (lisérgicos), de sonrisas esculpidas, blanqueadas como sepulcros, y de alegría guionizada. Es la época de los niños. Luces, golosinas, juegos, regalos...
Todos somos niños, querríamos volver a serlo. Son los reyes de las fiestas, aunque todo el mundo les habla como si fuesen cortos de entendederas. Es la feliz época de las trolas, cuando el engañado y el fulero acuerdan de buen grado la patraña. Papá Noel y los Reyes Magos cargados de ilusión al dictado del balance anual. “¿Si hemos sido buenos? ¡Hemos sido cojonudos! Mejor, imposible”, gritamos. “Magnífico, no esperaba menos”, dice el Gran Registrador. “Pues bien, vuestro esfuerzo será recompensado. Ahí tenéis vuestros regalos: “Tres monedas más en vuestro salario. Y magníficas pensiones. No las hay mejores en el mundo”.
Y nos hablan como si fuésemos cortos de entendederas. Nos creen tarugos. Llevan tiempo convencidos de que lo somos... Nos cuentan un cuento en esa época feliz en la que se cuentan cuentos. Ha sido el momento de la recuperación, llega la hora del despegue, asegura el barón de Munchhausen cabalgando una bala de cañón.
Y aún queda tiempo para la advertencia. “Cuidado con experimentos que os pueden reventar en las manos”, alerta el Esquiador de fondo braceando enérgicamente. Más vale lo malo conocido. A eso se le llamaba antes ponerse la venda antes de la herida. Pero sólo es un plan B, porque a estas alturas ya nos certifican como deficientes.
No hace falta una Ley Mordaza. Para qué. Cuando el ciudadano planta cara, siquiera con tímidos reproches, mejor un poco de calderilla para tapar bocas que mil bozales. Antes que con el colt, Liberty Valance sabe que se puede hacer dueño del pueblo untándolo (“ojalá viniera otro Prestige”) así que si hay que desenfundar algo, se desenfunda una ley. Nos tratan como imbéciles y nos lo sueltan con cara de póker. No tienen freno y aunque parecía que era imposible de superar, con cada embuste que nos endilgan, la desfachatez y el cinismo que muestran nuestros líderes adquieren día a día mayor perfección.
Y todo regalo ha de tener su envoltorio y su lazo rodeándolo delicadamente. Y así celebramos una retahíla de lugares comunes desde un magro saloncito estudiadamente de clase media. La poca que va quedando. Si bien, para un mayor realismo, se echó en falta al fondo el cuadro de los galgos acosando a un ciervo. ¿O eran podencos?