Son de mil razas. Tienen cien padres. No me refiero a esos a los que ahora les quieren pedigrí y abolengo, unos señoritos de campo a los que le han dado el nombre de palleiros, así, con copyright. No. Hablo de los auténticos, a los palleiros de toda la vida, a esos de cien padres y mil razas que han poblado el mundo desde las cavernas, desde Tenochtitlán hasta Kuala Lumpur. Siempre al lado del hombre, sirviéndole fielmente.
En todo el mundo, sí, pero en Galicia parece que los tenemos como más propio, son algo especial, exclusivo de esta tierra (endémico, que diría el científico). Acaso por nuestra dispersión, que hace que los palleiros proliferen como moscas. Tantos núcleos de población, tantas casas, tantas viviendas unifamiliares (excluyo chalés y urbanizaciones, que ahí los perros son pijos) todas con su can o sus canes, porque puede haber hasta tres o cuatro, no como en otros lugares fuera de Galicia donde su número viene dado por todo lo contrario o por algo concreto, como la caza. Aquí los perros se tienen porque sí, porque andan por ahí y porque se dice que guardan la casa. Bien, realmente sólo ladran. Ladran toda la noche. Van de aquí y para allá. Vagabundean, merodean, se juntan, pelean, se aparean... pero con el ojo siempre puesto en el amo y la oreja enhiesta, atenta a su voz. Se creen importantes.
Son los perros ladradores. Baladrones y arrojados, les he visto tenérselas con monstruos de cuatro ruedas, correr como locos a su lado, fieros, retadores, para, acabada la acometida, volverse con la lengua de fuera, dando alegres saltitos por el deber cumplido y moviendo la cola soñando con las palmaditas del dueño. Luego, una meadita. La marca. Eso los llena de orgullo y satisfacción.
Son combatientes en guerras ajenas, batallas que asumen como propias. Nadie les ha dado vela en el entierro, pero ahí están, anhelando el beneplácito del amo que les da de comer y les proporciona alguna caricia entre patada y coz.
Sí. Tienen que ser a la fuerza gallegos. Necesitan, buscan y encuentran dueño al que defender, aunque el amo no se lo agradezca. Éste los tiene porque sí. Porque hay que tener de todo. Y si además ladran, mejor, así la casa estará, si no protegida, al menos avisada. Cuanto más ladren, más alerta estará el dueño. Sólo que lo que ellos creen su casa, su mundo, su destino, lo que han sido, son y serán, tan solo es donde sirven y donde los manejan a cambio de comida.
Tienen una hermosa tierra para ellos, todos sus campos para correr libres, los bosques, los ríos, la piedra, la lluvia. El mar para enfrentarse a la ola y el cielo para aullarle a la luna, como su ancestro, el lobo.
Pero solamente se contentan con oír la voz de quien les acoge y para quien trabajan. Son perros de mil razas y de cien padres. Les gusta ladrar para defender a su amo.