Muchas son las acepciones que puede tener la palabra “utopía” que, literalmente, significa “lugar que no existe” o, según la glosa de Quevedo, “donde no hay tal lugar”; pero en todo caso, utopía hace siempre referencia al afán o deseo de mejorar la realidad, es decir la situación presente. El término fue inventado por el escritor inglés Tomás Moro en 1516, que la utilizó como título de su obra en la que describe una isla imaginaria con un sistema político social y legal perfecto.
Como utopía se designa la idea, ideación o representación de una civilización ideal fantástica y, según esa idea, son también designadas utópicas las doctrinas sociales quiméricas o imaginarias.
Pero las anteriores consideraciones merecen algunas precisiones necesarias y convenientes.
No cabe duda que luchar por conseguir una sociedad en paz, más justa y solidaria, es el empeño más noble del ser humano y a conseguir ese fin debe entregar todo su esfuerzo y valor, sabiendo que ese ideal no es ni una ficción ni un sueño ni una quimera.
La utopía trata de mejorar la realidad y corregir sus abusos; pero no de destruirla y eliminarla o crear una totalmente nueva desconectada de la vida real y cotidiana.
En una palabra, la utopía no persigue lo imposible; por el contrario, trata de hacer posible la mejora de la situación existente y actual. Si prescinde de la realidad sobre la que pretende influir para mejorarla, cae en la ficción y genera falsas ilusiones.
En consecuencia, la utopía no prescinde de la realidad, sino que la asume y la trata de mejorar y perfeccionar. Trasciende de la experiencia, pero parte de sus vicios, errores e injusticias para mejorar las condiciones de vida de las personas y contribuir al progreso de la humanidad.
La esencia de la utopía, dice Rudolf Stammler, es “la creación imaginativa de lo que constituye la materia de la vida social” y reconoce a continuación que, “cierto que las utopías parten de la experiencia histórica, mas es para declararse en abierta oposición con ella”.
La utopía es el antídoto del inmovilismo y del conservadurismo. Es ese espíritu crítico, el ánimo renovador del utopismo moderno que se muestra disconforme con las injusticias y abusos del capitalismo y de la globalización, que contribuyen a aumentar la riqueza a costa de la progresiva desigualdad social en las sociedades actuales.
Esa crítica no tiene nada que ver con los clásicos textos antiguos que soñaban con una civilización perfecta e ideal, sólo presente en sus ideas y nunca en la realidad histórica. Nos referimos a “La República” de Platón, donde formula sus ideas en torno a cómo debería funcionar una sociedad para alcanzar la perfección y a la obra de Aldous Huxley “Un mundo feliz”, en el que describe un mundo utópico, irónico y ambiguo, donde la humanidad es permanentemente feliz, donde no existen guerras ni pobreza.
La utopía, en fin, no consiste en alcanzar ni pretender lo imposible, sino en lograr y luchar por lo deseable.