Si como dijo Hemingway, “se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar”, podríamos decir que, para aprender a escuchar se necesita toda la vida pues, como dice Pitágoras, “escucha, serás sabio; el comienzo de la sabiduría es el silencio” y, según Oliver Holmes, “al conocimiento corresponde hablar y el privilegio de la sabiduría es escuchar”.
No cabe duda que, en el orden cronológico, el ser humano necesita escuchar antes que hablar, pues como dice Jaime Balmes, “el primer medio para pensar es escuchar bien” y Plutarco nos confirma que, “para saber hablar es preciso saber escuchar”.
De acuerdo con lo expuesto, tiene razón Epicteto de Frigia al defender que, “así como hay un arte de bien hablar, existe un arte de bien escuchar”.
Si escuchando se aprende es lógico que aprendamos a escuchar. Este principio no está reñido con el aforismo “a palabras necias, oídos sordos”, pues sólo cuando se oye lo que no se debe oír es cuando se aprende a escuchar lo que sí se debe oír.
Saber escuchar es, en definitiva, tener avidez por saber cómo piensan los demás, pues sólo así se conoce el verdadero alcance y fundamento de nuestros pensamientos y conocimientos.
La importancia del conocimiento mutuo, de la interlocución y del diálogo se reflejan en la acertada frase de Michel Quoist, según la cual, “hablar con otro es, ante todo, escuchar”. En esta actitud reside la esencia del comportamiento humano y de la vida de convivencia social.
Es evidente que sin “escuchar al otro”, la vida de relación social sería imposible y el trato humano no existiría.
Por eso, cuando hablamos de “diálogo de sordos”, nos referimos a aquella situación en la que ninguno de los interlocutores “escucha al otro”, pues se limitan a sendos monólogos, sin acuerdo posible.
Dialogar es, pues, escuchar al otro, lo que supone renunciar a la soberanía dogmática de cada uno y aceptar lo que dice Karl Popper, al reconocer que, “yo puedo estar equivocado y tú puedes tener la razón y, con un esfuerzo, podemos acercarnos los dos a la verdad”. “Escuchar al otro” es el mejor remedio contra el maniqueísmo, que consiste, como método contrario al proceso dialéctico, en atribuir, falsamente, al otro, ideas que no dijo para ser fácilmente refutables o rebatidas.
Mientras en la humanidad no se respete el derecho a escuchar lo que dicen los demás, la convivencia será menos tolerante y pacífica.