Está alborotado el gallinero por la muerte de una señora, asesinada a tiros por otras dos señoras, en una truculenta historia digna de “El Caso”, en la que también aparece una cuarta señora, que no sabemos qué pintaba exactamente en la tragedia. Todo el asunto se sostiene sobre unos personajes que –por lo que se desprende de las informaciones serias o de “radio macuto”– destilaban mala baba por galones. Se infiere de los múltiples comentarios volanderos que todas tres debían de ser de armas tomar, amén de tener la azotea revuelta.
La cuestión es que hasta hace poco la difunta, presidenta de la Diputación leonesa y un tráiler de cargos más, era tan conocida como el gran mufti de Constantinopla, salvo para sus correligionarios y, es de suponer, para los habitantes de la provincia. Aunque sus hazañas no eran del todo desconocidas para algunos ajenos, y sus desplantes, actitud chulesca, amenazas entreveradas de acusaciones de prevaricación y golfadas al uso –diríase inherentes a la clase política, por lo que se ve últimamente– retrataban un personaje mezquino y desagradable cara a la galería.
En cierta ocasión, hablando de un conocido y polémico juez, un amigo mío se fue calentando a medida que se refería a él y después de mandarlo al infierno, haciendo votos para que lo ahorcasen, lo quemasen y lo dinamitasen (todo a un tiempo), bajando la voz y en tono conciliador dijo: “¡Calla, que a lo mejor es una bellísima persona!”, para inmediatamente volver a idearle toda suerte de tormentos a cada cual más retorcido.
A la paisana en cuestión sus colegas, que intentaron sacar tajada política del cadáver, la calificaban de incansable trabajadora y mujer de “fuerte carácter”. Aquí huele a eufemismo... La palabra “harpía” parece deslizarse entre esos elogios contenidos. El caso es que todo estalló. Las redes sociales se encendieron celebrando el violento óbito. Pero cómo es posible. ¿Puede alguien despertar tanto odio? Quedamos en que no era muy conocida. ¿Qué pasó para tanta vengativa alegría?
Ajuste de cuentas, se dijo. Los hay por arrobas todas las semanas sin que se revolucione el patio. Asunto de cuernos. El pan nuestro de cada día. Venganza por un quítame allá esas pajas. Pero ¿hasta llegar al asesinato? Es lo que hay. Aunque siempre destila algo innoble la venganza homicida. Es cruel, pero sobre todo es vulgar. ¿Dónde está la justicia poética? La fina, la de sentarte a la puerta de tu casa esperando a ver pasar el cadáver de tu enemigo. Que la mala calaña con su propia soga se ahorque. Verla caer hasta llegar a tener piedad de ella. Que el brazo ejecutor sea su propia codicia y que su soberbia se vuelva en su contra. Maleni y otros bellacos, por ejemplo... Claro que a lo mejor son unas bellísimas personas.
De momento, entre tanto ocioso, descerebrado o ecuánime interesado, el segundo cadáver va a ser la libertad de expresión.