EL RETRATO

Crecimos con esa idea. Es con lo que nuestros profesores nos ilustraban para destacar el genio de Francisco de Goya: la capacidad de traspasar lo físico, alcanzar lo metafísico y capturar el alma humana para luego plasmarla en forma de colores sobre un lienzo. La familia de Carlos IV llegó a ser, por lo que se suponía que era la forma de interpretar del artista, una suerte de parada de los monstruos. Una colección de personajes a la que el pintor aragonés extrajo su esencia para crear una caricatura.
Tengo ahora para mí que aquellas cándidas explicaciones, tal vez copiadas de razonamientos a posteriori de críticos e historiadores revisionistas, no obedeciesen a la realidad y que el cuadro no representase más que lo que había: una pandilla de tarados. La historia y los hechos nos los presentan como unos miserables, cobardes, traidores, arribistas y mangantes. Aún así me gusta aquella explicación. El arte trasciende -debe trascender- la materia, como también transformarse a otros ojos. Ha tener vida propia después de que el artista la haya entregado al mundo. O incluso antes.
Casi veinte años lleva un pintor con el retrato de una familia. Son muchos años para hacer un cuadro. Pero es que, en palabras de este creador, una obra nunca se acaba, sino que se llega al límite de las propias posibilidades. Es conocida la forma de trabajar de este hombre. Prolija y cadenciosa. Minuciosa. Un cuadro se hace en el tiempo, está en constante cambio, dice. Es su manera de entender (de percibir) el arte. Pero aunque el artista ya glosó su método y nos ha desvelado su proceso creativo, podríamos llegar a sospechar que, efectivamente, la obra está viva. Sus figuras lo están en el lienzo. Décadas en los que el espíritu ha ido quedando atrapado entre las pinceladas y se ha desarrollado hasta dibujar otros rostros. Casi veinte años en los que la obra ha desbordado a su autor, obligado cada noche a corregirlos, matizarlos y dulcificarlos en una tarea propia de Sísifo. Una lucha titánica de reparación. Un retrato de Dorian Gray, que alimentado por el vicio y la perversión de su eternamente joven modelo, envejece hasta lo grotesco.
Tal vez quienes han estado (y todavía están) amparados bajo una capa de babas confeccionada por obsequiosos y aduladores se manifiesten en la tela del artista como realmente son y nos muestren su verdadero rostro. Pronto lo sabremos. Eso, y si la historia se repite.
En aquellos días, al que habrían de llamar el Rey Felón había sido antes, pese a sus hazañas y las de su padre, el Deseado. El populacho lo llegó a recibir con vítores, quitando las mulas y unciéndose a la carro real al grito de “¡Vivan las cadenas!”. Queda por ver si ahí aún seguimos.

EL RETRATO

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