Los errores de Iglesias

Cuando pasen los años y la mirada se pose en la nostalgia, muchos se preguntarán cómo fue posible que Podemos, en menos de dos años pudiese llegar a dónde llegó y cómo no fue capaz de rentabilizar los resultados. En el comportamiento político y electoral el binomio 2015 y 2016 harán un punto y aparte con la formación que unos profesores de Universidad sin experiencia práctica, para lo bueno, pero también para lo malo en la gestión de lo público y capaces de atraer más de cinco millones de votos. Lo que a todas luces sería y es un éxito atronador, máxime en un país que en treinta y cinco años no fue capaz de bascular más que dentro de un acendrado bipartidismo, puede acabar desembocando en una utopía rota a las primeras de cambio a través de un batacazo con la realidad que la soberbia y el cinismo de sus dirigentes y la no percepción sociológica de este país pendular y poco crítico, es capaz de arrojar y aherrojar al mismo tiempo.
Iglesias y su grupo de la cúpula, pues lo de los círculos es una entelequia tan vacua como coreográfica y a la que no se le hace caso alguno al ser conscientes que todo liderazgo en este país partitocrático es de arriba abajo pero nunca horizontal, guardan un mutismo absoluto y desorientado tras los resultados de hace mes y medio. Henchidos de soberbia, cegados de ambición, protagonizaron una legislatura la undécima, tras las fiebres decembrinas de la euforia contenida, tan decepcionante como altanera, vacía, irreflexiva, altisonante, alejada de la sensibilidad y realidad que muchos de sus primeros votantes habían urgido. Ahí perdió miles de votos, los que creía seguros retener y que sumarían a los perdidos para el logro de escaños con IU.
Pablo Iglesias erró en el cálculo, amén de la coalición impostada con Garzón y que tanto despreció en octubre y noviembre pasados. Ahí hubiera estado el sorpasso que revolvería las conciencias de todos los partidos y el resultado del 20-D. Aquella confluencia entre vectores de toda la izquierda sobre todo radical hubiera conformado otra situación. El desprecio con que se trató a IU de cara a las elecciones del 26-J provocó que mucho viejo militante comunista les negara el voto.
Su segundo gran error es no querer, no saber, no pretender ver a tiempo el paso de los trenes, sobre todo, cuando solo hay uno y provocar el descarrilamiento. Le sucedió en marzo con la frustrada hiperrepresentación de Sánchez y su fiel en aquel momento, aliado, Rivera. Una abstención de la mitad de Podemos y sus silenciadas que no silentes mareas aledañas hubiera cambiado el panorama. Hoy Errejón, perdida la sintonía y la química con Iglesias, aún sugiere, suplica en realidad al socialismo que resista y que sabrán ser flexibles y generosos para una opción de izquierdas. Pero la ambivalencia, la falta de opinión, de criterio, el desastre donde se gobierna o al menos así se percibe, han roto el mito.
Podemos y sus confluencias han entrado en la cuesta abajo, en la pérdida de ese imán que supo catar y captar el descontento, el hartazgo. El declive de un país en todas sus dimensiones, valores, comportamientos y actitudes. Una oportunidad vencida y rota por no saber leer los errores propios. La soberbia, como la vanidad, se acaba pagando. O tal vez como el propio Iglesias, ante el vértigo de lo que sabía podía venir lo resumió, vulgar pero contundentemente de modo único, a saber, “la hostia puede ser de proporciones bíblicas”. Ello sin contar la profundidad más bien escasa de medidas económicas y sociales para enderezar este país.

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