La afirmación de que nada se hace a cambio de nada nos parece la que mejor resume la importancia que, para la vida humana, tienen el interés y la finalidad, a diferencia del instinto que es común a todos los animales.
Es evidente, que el primer interés en la vida es la vida misma y que todo acto humano se caracteriza por su intención y finalidad, es decir, por realizarse voluntariamente y con un fin determinado que, por otra parte, no tiene por qué ser de naturaleza material, pues puede serlo también de carácter o índole moral, ética, estética o espiritual.
Acto humano es, propiamente dicho, el que se realiza libre y voluntariamente, es decir, con consciencia de lo que se hace y para qué se hace. Por esto, ambas cualidades, intención y finalidad, son consustanciales a la conducta humana.
Es indudable que el interés está en la base de todos los actos del hombre, pues sin el interés de vivir, la vida misma no tendría ningún interés. Esto no quiere decir que el interés se traduzca siempre y, en todo caso, en un beneficio material, tangible y práctico. También se manifiesta en el goce o placer de satisfacer fines o necesidades éticas, estéticas, culturales y religiosas o por motivos de liberalidad, gratitud y afán de superación y perfeccionamiento individual.
Si del terreno especulativo pasamos al terreno de los hechos y de la vida real, la consecuencia que se desprende de lo dicho anteriormente, es que, difícilmente, en la vida se hace algo “gratia et amore”, es decir, sin pedir nada a cambio. Y esto, en política, lo revela la frase, tan socorrida como tópica, de “qué hay de lo mío”. Esa expresión es una forma, espontánea y casi instintiva, utilizada por una persona o un grupo social y político para reclamar como propia la “parte” que considera le corresponde en el “todo”, conseguido con su apoyo. Se considera “copartícipe” en el resultado y, por eso, exige “su parte”. Si no se le da, piensa que ha sido engañado y su voluntad expropiada sin indemnización.
Eso ocurre actualmente en la política española, donde el Gobierno en minoría es rehén de las presiones y de las pretensiones de los partidos que le apoyaron para conseguir el poder y que son conscientes de que, si su apoyo fue necesario para alcanzarlo, lo es todavía más para conservarlo. Evidentemente, esos favores “gratuitos” ahora se convierten en peajes o pagos exigidos al Gobierno, con el lógico desgaste de éste.
En definitiva, si no hay favores gratuitos, todos los favores recibidos reclaman una compensación o recompensa con el riesgo que de que no sean aceptables o sus exigencias inasumibles.