Todo ahorro, tanto forzoso y obligatorio como voluntario, consiste, esencialmente, en prevenir el futuro. Por eso, previsión y ahorro son conceptos inseparables. Y en esa previsión del futuro radica su dificultad, pues el ahorro voluntario o la decisión de ahorrar dependen de dos sensaciones, aparentemente, contradictorias y que, sin embargo, se dan, conjuntamente, en la práctica.
Nos referimos a la gran paradoja del ahorro, que consiste en asegurar el futuro, confiando en que ese futuro sea seguro. Si no se dan las anteriores premisas, el ahorro voluntario difícilmente se produce, pues nadie ahorra “para mañana” si no tiene confianza en ese mismo “mañana”.
Precisamente, por ser el ahorro una apuesta de futuro y tener confianza y esperanza en ese futuro, su fundamento reside más en el instinto de “supervivencia” que en el de “subsistencia”.
Efectivamente, no se ahorra para vivir sino para prevenir el porvenir. Sin este espíritu, el ahorro carece de sentido.
Pero a la anterior paradoja del ahorro hay que añadir la circunstancia del aumento de la esperanza de vida, pues a medida que aumentan los años de vida de las personas, el ahorro es más necesario y, al mismo tiempo, más difícil de sostener. En efecto, cuanto más aumentan los años de ociosidad, más disminuyen los de productividad y esa mejora de vida es la que complica el futuro a las personas de mayor edad.
Es innegable que el ahorro se basa en la confianza, pues sin ésta, no se concibe sacrificio alguno. El hombre no se resigna a que su esfuerzo o sus privaciones carezcan de compensación alguna. El previsor es consciente de que su ansia de vivir supera a la certidumbre de su muerte, pues sabe que la primera aspiración depende más de su voluntad que la segunda.
Vivir sin pensar en el futuro es “vivir al día”, o lo que llamaba el poeta romano Horacio “carpe diem”, es decir, aprovechar el presente y no confiar en el mañana”. Vivir resignándose a “ir tirando” es vivir sin esperanza.
Vivir sin un proyecto de vida es un claro síntoma de desconfianza e inseguridad, lo que es contrario al estímulo y aliciente del ahorro.
El mayor enemigo del ahorro es el “aquí y ahora” y su mayor desafío “el no saber qué va a pasar mañana”.
Una sociedad incapaz de generar ahorro está condenada al fracaso; sería una sociedad cerrada y sin posibilidad de desarrollo, como ocurre en las economías naturales o de autoconsumo, en las que cada persona consume lo que produce y produce lo que consume. Con esa actitud se niega el desarrollo y se renuncia al futuro.