El muñeco roto

el triste suicidio del banquero Miguel Blesa me sigue conmocionando. Conocí a familias que sufrieron lances semejantes y difícilmente se recuperan. Por activa y por pasiva –salvando la agonía de quien la padece– es una putada para quienes quedan. No se olvida. Quedan rotos los eslabones de ese esplendor en la hierba apuntado por Wordsworth: “La gloria de las flores... porque la belleza subsiste en el sufrimiento que mira a través de la muerte”. Siempre puede regresarse al principio. Como la gota de rocío que llora al amanecer y tendrá otra oportunidad la noche siguiente.
No quiero prejuzgar. Únicamente aludir a un caso con resonancia nacional al que ha dedicado crónica profunda Juan Manuel de Prada especificando que al matar a Dios, el hombre ocupa su lugar, pero no le queda otro remedio que matarse. E invoca para ello “El mito de Sísifo” de Albert Camus –“el absurdo es el pecado sin Dios”– y a Kirilov, personaje de Dostowiesqui –“si Dios no existe, todo está permitido”– y por eso se suicidaba para demostrar su independencia. También echo mano del libro “Antología de poetas suicidas 1770-1985”. Cincuenta y tres autores desfilan con sus grandezas y miserias ante nuestros ojos.
Es complicado analizar estos seres incapaces de sobrepasar las contrariedades de sus existencias. ¿Qué infierno no soportan las veinticuatro horas precedentes a cumplir su resolución? Tampoco me atrevo a hacer una anatomía del suicidio, pues junto a pusilánimes subsisten tipos llenos de vitalidad. Así mismo no somos divinos para calificar inmoralidades ajenas. Recordemos a los lapidadores y sus “culpas”. El surrealismo de la exhumación del cadáver de Salvador Dalí, con su bigote señalando las diez y diez, para indagar una paternidad… O mi protagonista- “Mi amigo el loco”, revista Atlántica 1952- devuelto su cuerpo destrozado a la playa de Riazor, pero sereno tras obedecer la llamada del abismo que lo reclamó...

El muñeco roto

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