En los tiempos dorados de la radio brillaba un cómico y humorista conocido como Pepe Iglesias “El Zorro”. Desconozco el origen del apodo, pero no es el único Iglesias que ostenta tal sobrenombre. Arsenio Iglesias lleva aparejado indefectiblemente el apelativo de “Zorro de Arteixo”, al menos desde que comenzó a ejercer como técnico una vez abandonada su etapa como jugador. Aparece ahora otro Iglesias, que no gasta alias, pero no hace falta, porque, como el zorro, ya está merodeando por el gallinero. Y a fe que lo está alborotando.
Las gallinas están nerviosas, muy nerviosas, y eso que todavía no ha hecho nada. Solo le han visto la cola (hablan mucho de su cola) y ya están cacareando, los ojos muy abiertos, corriendo de un lado para otro. A las cluecas se las oye más. Todas, pardas, rojas o azules, ayer rivales, coinciden hoy en un único cacareo. Temen lo que se avecina y alertan del peligro a los canes que guardan la granja.
Los chuchos, habituados a perseguir a los coches por la carretera y que tras una carrerilla desenfrenada y amenazadora vuelven orgullosos con un trotecillo alegre, meneando el rabo y la lengua de fuera tras hacer huir al intruso, ponen en práctica ese entrenamiento.
Ladran y enseñan los dientes. Esos sacos de pulgas (y de malas pulgas) saben que el zorro ronda por ahí, y aunque aún no ha hecho nada ya le suponen miles de fechorías y peores intenciones hacia un corral maloliente y alfombrado de excrementos. Hay pánico a que la seguridad del gallinero quede en evidencia y se acaben los días de impunidad.
A Podemos lo quieren dinamitar los que llevan años en el poder tomándonos por imbéciles; es la china en el zapato de los que –unos y otros– durante años malversaron la democracia utilizándola como un escudo para cometer toda clase de felonías. La corrupción, la avaricia, la soberbia y el abuso de poder con descaro, esa mierda de gallina que alfombra el sistema, es ya una montaña descomunal, pero que como un iceberg solo asoma una pequeña parte.
En esto llega un zorro (esperemos que lo sea, pero por astuto) y ronda por el cotarro enseñando otras maneras de hacer política y de tratar al ciudadano. ¿Formas más simples? ¿Utópicas? ¿Irrealizables? Demagógicas, dicen por ahí. Puede, pero muchos, convencidos o desengañados, ya creen en ello con ilusión. Es lo menos que se pide.
La esperanza de que la democracia todavía tiene sentido. Entender que la política no tiene por qué ser un negocio de rufianes como se nos demuestra día a día. Habrá que confiar en que todo esto no sea un espejismo y que esta formación y sus integrantes no acaben succionados por el lado oscuro, como les sucedió a otros que se cuenta que antes fueron humanos y ahora son gallinas.