Se dice que la democracia es un procedimiento para que los ciudadanos de una nación libre elijan a sus gobernantes y, además, un sistema para limitar el poder del Estado sobre esos ciudadanos; y que, cuando los mismos no han sido capaces de comprender esa limitación del poder, han acabado cometiendo grandes errores, y en algunos casos han caído en las peores dictaduras de la Historia, que utilizaron la democracia para acceder al poder e imponer un cambio de régimen, o, como ahora en Venezuela, gobernar por decreto y encarcelar a los opositores.
Circunscribiéndonos al ámbito hispano hablante, los Chávez, Ortega, Morales, Correa y, últimamente, Maduro, hicieron o intentaron una reforma constitucional que permitiera su indefinida reelección, transformando la Constitución en un traje a la medida. Ya antes lo habían hecho sus antagonistas políticos de derechas: los Menem o Fujimori. Curiosamente, todos al principio claramente antireeleccionistas. ¿Sus justificaciones?: necesidad de más tiempo para completar la tarea, deseo de una mayor estabilidad, garantía de respeto de la verdadera voluntad popular, etc. La causa, empero, es mucho más sencilla, patológica: quienes están en el poder demasiado tiempo terminan por no querer abandonarlo, y al final solo les interesa mantenerlo para defender intereses torticeros, inexistentes cuando no lo detentaban.
Muchos politólogos sostienen que los países en los que la tercera reelección fracasa son países institucionalmente más fuertes y con una educación política superior a la de aquellos en los que triunfa; y es que, en definitiva, dejar gobernar demasiado tiempo a una persona puede provocar que la división de poderes, pilar de la democracia, desaparezca, haciendo cada vez más difícil que surja quien políticamente pueda remediar el desastre. Tendencia perversa que se repite en gobiernos populistas que, con el soporte circunstancial de una economía boyante, reparten renta, generando fuertes clientelas que los enquistan en el poder.
¿Y España? Pues, como nuestra Constitución no prevé un límite temporal de mandatos, queda al libre albedrío del líder político gobernante la posibilidad de perpetuarse en el poder. Paradigmático es el caso de Chaves en la comunidad autónoma andaluza con su larga presidencia –desde 1990 hasta su dimisión en 2009– y la ominosa corrupción imperante, sostenida por una entramada red clientelar.