La tensión informativa estuvo caracterizada esta semana por el trágico pase a cuartos de final del equipo... ¿Que qué equipo? Pues cuál va a ser. El único, el estratosférico, el glorioso, el inmarcesible. Aquel al que la prensa, la televisión y la radio le dedican horas y horas de información, exégesis, análisis y pasión. Parece que esta vez se llora el drama de que logró pasar a la siguiente ronda de la Champions, “su” torneo. El suyo, no el de otro. ¿Pero acaso existe algún otro? A tenor de lo establecido por la prensa madrileña de alcance estatal, no. El equipo no juega contra nadie. De hecho, según se desprende de los comentarios de los periodistas y colaboradores que descifran el estado de ánimo de cualquiera de sus jugadores, el equipo debe de jugar consigo mismo. No necesita enemigos, y si gana, gana él. Si pierde, pierde él. Si empata, se empata a sí mismo y se reparte él los puntos, la gloria y la culpa. Suyo es el acierto y el tropiezo. Si pierde es porque ha jugado mal, no porque el otro lo haya hecho mejor. ¿El otro? Si no hay otro. No hay más equipo que el equipo. Desde las primeras luces del alba hasta que la luna brilla alto en la noche es atroz el bombardeo con las alegrías o las cuitas del club que juega contra sí y consigo mismo, porque no existe ningún otro. Sabemos que uno de sus ases balompédicos anda melancólico por no se sabe que razón, otro, con molestias porque se le ha formado un padrastro o un tercero, lesionado tras depilarse las cejas. La brasa que nos dan es inmisericorde. En comparación, el Santo Oficio era clemente, próximo a la ternura. La matraca es ciclópea.
¡Dios, qué tragedia! ¡El equipo pasó a cuartos de final! Descubrimos que la aflicción general se debe a que perdió dando mala imagen. Oyendo a los que cocinan las noticias en aquel secarral mesetario el asunto sería para abrirse en canal, rebanarse las venas o colgarse de una viga. Los mismos cronistas que llevan días dando la murga sobre sendas candidaturas de dos señoras a la alcaldía madrileña y a la presidencia de su comunidad. Y es que, mal que nos pese, es ahí donde se escriben y se cuecen nuestros miserables y periféricos destinos. Así que nos ceban como si fuésemos capones con desmedida información de lo que allí pasa, como si no hubiese otra cosa, y cuya esencia no es más que las luchas intestinas, las intrigas palaciegas, el movimiento de sillas, las traiciones y los berrinches de los profesionales y vividores de la cosa pública. La política como causa y único objetivo. Entretanto, seguimos pasmando mientras medran legiones de golfos y un descomunal vertedero de corrupción se desarrolla de sur a norte y de este a oeste. Pero ¡hala Madrí! Alfa y omega de nuestras vidas.