Del último concierto de abono celebrado lo primero que observamos es que el repertorio no requería del despliegue completo de la masa orquestal. Constó el mismo de “Sinfonía no. 22” de Haydn, “Concierto para oboe en Re M” de Richard Strauss, “Sinfonía de cámara no. 5” de Milhaud y la “Suite Pulcinella” de Stravinski. Salvo la obra de Haydn, que está pensada para orquesta clásica, tanto Strauss como Stravinsky conciertan pequeñas orquestas y Milhaud, un grupo instrumental de viento que se podría encuadrar dentro del género de la música de cámara. La variedad de los grupos instrumentales fue uno de los motivos de su atractivo, y otro la calidad y contextualización de las obras elegidas y las versiones escuchadas.
De la Sinfonía 22 de Haydn nos pareció muy acertado el primer movimiento, tanto por tempi como por la nitidez de su exposición. Vibratos muy comedidos en la sección de cuerdas y perfecto balance en maderas. El hecho en sí del control del vibrato no es sólo un argumento estilístico fuera de dudas, además enfatiza el sentido expresivo de cada detalle en el discurso general de la obra y crea limpieza en el sonido de las secciones, especialmente en violines.
El solista de oboe Alexei Ogrintchouk fue el encargado de recitar a Strauss. Imposible por absurdo saber si es el mejor oboísta del mundo –tal como rezaba la prensa estos días–, pero su forma de interpretar, sus fraseos y su sonido le hacen merecedor de ese tipo de alabanzas. Poco se puede decir de él y no pecar por omisión, sencillamente hay que escucharlo y notar la categoría de su oficio para comprender que es el claro ejemplo de lo que un instrumentista debe ser.
Después un Milhaud bien interpretado, y ya para acabar una versión espléndida de Pulcinella. A más de un músico podría parecerle una obra carente de interés interpretativo, neoclásica, más bien “a la antigua”, tan de moda en su momento, pero para nosotros Stravinsky fue el gran compositor del siglo XX y en su música siempre está presente la mano del genio.