El filósofo estoico Epicteto afirmaba que “sabio es aquel que acepta de buena gana todas las circunstancias que trae consigo la vida en cada momento”. Esto es lo que se llama “ataraxia”, o imperturbabilidad del ánimo y tranquilidad del espíritu, es decir, libre de toda turbación o perturbación posibles.
Siguiendo ese pensamiento, Epicteto sostenía que “deseo y felicidad no pueden vivir juntos”, pues feliz, decía, es aquel que “se conforma con todas las circunstancias de la vida, sin desear otras”.
Por su parte, el también estoico Séneca consideraba que “no es pobre el que tiene poco, sino el que mucho desea”. Fiel a lo anterior, podríamos llamar “vivir viviendo” a lo que está en la raíz y fundamento del estoicismo. En ese sentido, sostenía Epicteto que no debemos preocuparnos por el pasado ni por el futuro y sí por el presente, que es sobre el que tenemos algún poder de decisión.
Lo anterior se basa en la certeza de que el pasado no vuelve y el futuro no es seguro que llegue. Sólo se tiene “vivencia” de lo que se vive y mientras se vive y está viviendo. El pasado pertenece a la memoria o recuerdo y el futuro a la imaginación y a la esperanza. En suma, lo que fue ya no es y lo que se desea que sea, puede no serlo.
Igual argumento que el anterior, utiliza el estoicismo respecto de la muerte, al decir que mientras vivimos no existe y después de morir tampoco existe.
Pero es innegable que el hombre no puede resignarse a ser un “ser vivo” igual que el resto de los animales. De ahí, su necesidad de darle valor a la vida, es decir, llenarla de utilidad y contenido.
El propio Jorge Luis Borges, como reconoce el profesor Juan Solé, sostiene que “el hombre es el único ser mortal, porque es el único que sabe que va a morir, lo que no ocurre con los animales. Y este saberse y, por tanto, ser mortal, es lo que confiere valor a sus actos, cada uno de los cuales puede ser el último”.
Fiel a ese propósito de aprender a vivir, Alejandro Magno reconocía que, si de su padre Filipo de Macedonia había recibido el “vivir”, de Aristóteles, su preceptor y maestro, “el vivir bien”. Esa doble paternidad, biológica y docente, es el reconocimiento de la persona como ser racional, inteligente y libre.
También la madre de Nerón eligió a Séneca, como tutor ilustre para su hijo; pero en éste, prevaleció su crueldad, terminando por condenar a muerte al propio Séneca, que prefirió suicidarse antes de que se ejecutara la condena. Precisamente, el propio Séneca, reconoció que “hace falta toda una vida para aprender a vivir”.
En definitiva, vivir no consiste en ser mero observador de ver cómo pasa la vida, sino en ser protagonista y partícipe activo de lo que pasa en la vida, pues, como dijo Jorge Luis Borges, la muerte es la “vida vivida” y la vida la “muerte que llega”.