Cuando fallece un personaje público es fácil encontrar voces lisonjeras que alaben su figura hasta el ridículo. Sucede siempre porque la muerte conlleva una especie de indulgencia plenaria que hace que se olvide lo malo y se magnifique lo bueno. Sin embargo, son pocos quienes consiguen que la sociedad en general, el pueblo llano, exprese su condolencia sin necesidad de que nadie guíe ese sentimiento. Esto es lo que ha pasado con Manuel Fraga. Mientras en lo público los halagos se han sucedido tanto desde la izquierda como desde la derecha, en lo privado, decenas de miles de gallegos y españoles han lamentado profundamente su pérdida.