Pasarelas y bañadores

Nuestras playas se han convertido los últimos años pasarelas de modas. Costumbres que repiten latidos del verano propagados más allá de las olas. Sístoles y diástoles de ciudades que se asoman a la arena y contemplan cuanto la naturaleza concede y la libertad otorga. Son esas mujeres sin censura que hacen de su cuerpo un sayo. Y lo hacen sin limitaciones domésticas ni sociales, guareciéndose en calas perdidas al amparo de “junones” analfabetos y salaces perseguidores, durmiendo, en tálamo nudista, anacarada recoleta. 
Pero lo que nos interesa por acá, a pie de paseos y calles, es la pasarela por donde desfilan mujeres que desprecian olímpicamente el sujetador y solo usan su braga de baño. Los cursis les llaman topless como si fueran eruditos progresistas. El común de las gentes lo identifican como práctica de llevar una mujer el pecho desnudo, quitándose o sin ponerse la parte superior del traje de baño para tomar el sol. Y aquí entra en juego la estética porque hay ejemplos para todos los gustos. Ubres flácidas y esperpénticas como pergaminos arrugados. Senos enormes, grandiosos, que amenazan desbordar el agua cuando caminan la orilla. Otros, parecen huevos fritos estrellados. Aquellos, sin embargo, semejan el palito derechito de la letra “i” que en la frente tenía un mosquito.
Después de todo es denominar las cosas por sus nombres. Mama, teta, pecho, tetilla, pezón, mamelón, aréola, seno. Todo también según el color del cristal conque miramos, pues hay pechos adolescentes que rompen de turgencia y hermosura. Con las medidas armónicas y precisas para que la semiesfera quepa en la mano. Sin duda Dios se pasó al hacer la mujer. Lo mórbido que puede hablar de lo que experimenta-según Gómez de la Serna, que de esto sabía un rato-, es lo supremo de lo supremo: el salmismo del ensalmo puro.

Pasarelas y bañadores

Te puede interesar