Están acostumbrados los hosteleros a quejarse en los últimos años. Puede decirse que, entre reformas laborales, reducciones de jornada, impuestos y demás pormenores de su contabilidad la relación con el Gobierno central ha sido cuanto menos complicado, especialmente desde la pandemia. De esa protesta y ese descontento se había salvado con mucha cintura el Gobierno local, al que cada vez apuntan más directamente algunos empresarios, cabreados por la subida de tasas de terraza y algunas cuestiones relacionadas con la presión policial.
Un caso paradigmático tiene que ver con las últimas facturas de las que deberá responder un hostelero de la zona de Riazor. El mero hecho de su deseo de guardar el anonimato resulta extraño per se. Hace dos semanas que comparte con su clientela más íntima su más profundo motivo de indignación. Esta vez le afecta a su capacidad de supervivencia y modelo de negocio: es más caro poner dos mesas en la terraza, a las que apenas puede sacar partido tres meses al año, que el interior de un establecimiento de 70 metros cuadrados y que prácticamente abre los 365 días. Ni es una zona soleada ni especialmente transitada más allá de las jornadas de playa. En invierno, además, se presta poco al aire libre.
Según la comunicación oficial del Ayuntamiento, el IBI del bar es de 550 euros, mientras que la tasa de terrazas alcanza prácticamente los 600 (590). A pesar de que en un principio pensó que podría tratarse de un error, nada más lejos de la realidad: le tocará pasar por caja y pagar prácticamente porque sus clientes puedan respirar. De vez en cuando. “Voy a ir al Ayuntamiento a preguntar por qué se me cobra semejante abuso y cómo se puede pagar menos por todo un local, del tamaño de un piso, que por dos mesas”, lamenta. “Solamente trabajo la terraza, como mucho, 90 días al año, ¡y son dos mesas! Eso tiene que llamarse abuso”, añade con un notable tono de enfado e indignación.
Por otra parte, no es el único motivo de queja del hostelero del entorno de Riazor, donde ha detectado cierta presión policial incluso en los supuestos momentos de mayor permisividad. La ampliación de horarios tenía un lado oscuro y molesto para trabajar. “Noté cierta animosidad antes del verano en darle al sector más horas para abrir. Por el contrario, querían tener las terrazas recogidas muy pronto. Lo viví con el coche parado en más de una ocasión para avisarme de que tenía que cerrar”, denuncia.
El establecimiento de Riazor en cuestión es capaz de sobrevivir sin su hermano pequeño de fuera, el caro, pero se trata de algo que no todos sus vecinos pueden decir: las jornadas de fútbol, cada dos semanas, necesitan de un espacio exterior en el que liberar la gran masa de gente que acude al estadio.
No obstante, y en defensa de lo que considera su legítimo derecho a trabajar, el receptor de la factura de los 600 euros por 9 metros cuadrados seguirá luchando porque su pequeño espacio no se convierta en 'el barrio de Salamanca de las terrazas'. Y es que, como dice un cliente, “es un servicio y no un lujo”.