MORIR DE ÉXITO

Los aventureros y exploradores que han sido los primeros en lograr una hazaña nunca sospechan que también han de ser los últimos. Cuando Edmund Hillary conquistó el Everest no imaginó que sería el inglés que subió una montaña y bajó una colina. Porque a partir de ese momento empresas como esa serán cosa de turistas. La marabunta. Se cuenta que cualquier día en los Himalayas es ya como un sábado en Carrefour. Un trasiego de gentes, bultos y griterío internacional. Solo que a diferencia de una gran superficie comercial, donde al acabar la jornada los servicios de limpieza dejan todo como un patena, la montaña queda llena de desperdicios, objetos abandonados, desechos y el cadáver de algún pijillo con mucho dinero y pocas luces, el de un tarambana en crisis existencial o una profesional sobradamente preparada y soltera vocacional en busca del camino interior, la esencia y la trascendencia.
En el fondo, turistas que convierten las montañas en colinas y las colinas en montículos de obra. Autómatas caminando en la misma dirección, para ver, hacer y comer lo mismo. En nada veremos místicos y prístinos lugares hollados (si no lo están ya) por multitud de familias repletas de mocosos alborotadores, grupos organizados de jubilados o pandillitas de jóvenes aventureros con sed de botellón y revolcones a la luz de la luna. Senderos de diseño y señalización vertical con bonitos miradores y cómodos accesos. Extensos aparcamientos, cafetería bar, restaurante a precios económicos y puestos de souvenirs y telefonía móvil. Benidor o Sanguengo. El alcalde de Ribadeo ha dado la voz de alarma ante el desmadre turístico en la playa conocida como As Catedrais que puede acabar con un monumento natural. Una turbamulta subiendo, bajando, pateando, escudriñando, tocando y mirando sin ver nada se adueñó de un paraje harto publicitado para poner la caja registradora en prevengan. “Galicia ¿Me guardas el secreto?”, decía reactante el eslogan promocional. Pues va a ser que no. Quisieron hacer negocio con su Disneylandia por la patilla y se han encontrado con una plaga de langostas apocalíptica. No queríais turismo, pues ahí lo tenéis. Os matará el éxito. En el pecado va la penitencia. Los turistas, esos golems sin alma, llevan en los genes el arrasar con todo lo que signifique belleza (y la delirante incontinencia de sacar fotografías). Primero la desvirtúan, luego la liquidan. ¿Y cuál fue la solución propuesta por los políticos locales para salvar su Port Aventura? Pues cobrar por ir a mear. Son unos fenómenos. Una maniobra disuasoria digna de finos estrategas. Los turistas huirán como de la peste ante la cruel perspectiva de pagar por aliviarse. Solo acudirán gentes de posibles o de vejiga exquisita. Con estos y con los veraneantes que ocupen los chaletes, los adosados y las urbanizaciones que se construyeron alrededor ya tendremos ese turismo sostenible del que tanto se habla. Cundirá el ejemplo.

MORIR DE ÉXITO

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