Pereza que no se ve

Estadísticas que no queremos ver. Rostros invisibles. Interesadamente invisibles. Historias y desgarro. El golpe de la crisis. Su embate más indómito, fiero y miserable. Máxime en un tiempo de cifras y perspectivas prospectivas de índices de crecimiento que un día sí y otro también se anuncian.  Cifras que hieren la sensibilidad por muy insonora, y por muy ciegos que queramos ser. Vehemencia y silencio. Las estadísticas de la pobreza.
La exclusión social. Umbrales de pobreza. No se habla. No se quiere hacerlo. Mirar hacia otro lado. La hipocresía social que siempre nos ha henchido de vanidad, soberbia y arrogancia. Al cuerpo social. Epitafio de un tiempo político común y aceptado.
La pobreza en familias, en niños. No es invisible, pero queremos y pretendemos que lo sea. No la miramos de frente, al contrario o bajamos hendida nuestra mirada en el ombligo de nuestro egoísmo, o la volteamos hacia otro lado.
Mintiéndonos a nosotros mismos. La minimizamos, reducimos, silenciamos. La pobreza en un país que se tiene aún por rico. El país de las grandes autopistas, los aeropuertos inútiles y los Aves que llegan o que quisieron y quisimos que llegaran a cada rincón. Aun sin viajeros.  
Caritas, Cruz Roja, Foessa, La Caixa y un largo etcétera nos informan, estudian, radiografían las causas de esa miseria, de esta pobreza, de sus umbrales, hablan abiertamente de desnutrición. Uno de cada tres niños están en el umbral de la pobreza. Uno en la pobreza misma, pobreza severa.
Y con ellos sus padres. El espejo y reflejo de un país cainita y timorato pero del que solo se quiere saber que crece al mayor ritmo de la zona euro en estos instantes. La otra cara, la más amarga, real y nítida parece que no interesa. Una cifra más, fría, aséptica, insultante. Miserable.
¿Cuánta pobreza hay en nuestro país y en cuánto se ha visto incrementada como consecuencia de esta lacerante crisis? No nos cansamos de leer y escuchar cifras y datos. Umbrales de pobreza, también infantil. Los gobiernos dicen que la combaten. Destinan recursos.
Pero, ¿se ataca de raíz los verdaderos problemas, causas y presupuestos de la pobreza? Somos conscientes de que la brecha y la exclusión social, las desigualdades en suma, son cada vez más manifiestas, aviesas y que están causando e infligiendo un daño tremendo en los hogares, las familias y la sociedad misma con riesgo de avocarse a una desestructuración mayor.

Pereza que no se ve

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