Como muchos coruñeses, pude al fin ver finalizada la obra del Parrote sin haber muerto antes como Moisés a las puertas de la Tierra Prometida. Como era de esperar en una ciudad gallega, el proyecto dio como resultado la cubierta de un portaaviones. El recurrente diseño minimalista aconsejó unas jardineras de hormigón que acogen matojos variados y un par de arbolillos anémicos flanqueando un entarimado de sauna resuelto artísticamente. Y poco más. Si acaso unas farolas que en caso de una revolución me temo que habrán de utilizarse como horcas y unas estructuras que podrían pasar fácilmente por una sucursal bancaria.
El caso es que para pasear por ese Gobi de cemento es aconsejable proveerse de una cantimplora, tocarse con un salacot (si no se dispone de uno sería útil anudarse un pañuelo en la cabeza) y tener una gran resolución si se quiere cruzar con garantías esta nueva parrilla que acaba de estrenar la ciudad. Hubiese jurado el otro día que en la explanada, sentada sobre un banco, había una figura estática, renegrida, como un elemento decorativo al estilo de las que existen en la plaza del Humor. Me acerqué a ella para ver si alguna placa ilustraba sobre a quién representaba dicha estatua. Pero solo era un turista carbonizado.
Existe una peculiar querencia por los espacios diáfanos en Galicia. Debe de ser porque como el sol suele brillar aquí por su ausencia, los nativos lo quieren acaparar todo de una sentada cuando lo hace, aun a riesgo quedar achicharrados e irse al otro barrio como un chorizo criollo. Eso si un gélido nordeste no convierte esos páramos en una tundra y deje a los usuarios liofilizados. En mi opinión no es saludable gastar millones en dinero público para transformar algo en un escenario apocalíptico. Porque eso es lo que parece la antesala de la ciudad, que hubo de esperar años para estudiar, catalogar y salvar una muralla que todo el mundo esperaba ver integrada en el proyecto, pero que al final hay que suponerla.
Sobre gustos no hay nada escrito e imagino que muchos coruñeses habrán celebrado el proyecto, al menos por haberse concluido al fin, pero a poco que se ponga atención son más las críticas que los elogios. Cosa que nada ha de importar a los responsables municipales, duchos en política de hechos consumados y en esperar a que el contribuyente se acostumbre a lo que haya y trague con cualquier cosa. O se monte de vez en cuando algún sarao, se olvide el asunto y se acabe por agradecer un utilísimo espacio, aunque sea un adefesio. Y lo que viene, por ahí se anda. Para qué ampliar Alvedro si vamos a tener una pista de aterrizaje en La Marina.
Sí, efectivamente, a mí también me parece haber tenido un déjà vu con este texto. Pero es que si insisten en hacer siempre la misma explanada, ¿por qué no voy yo a repetirme?