DECEPCIÓN Y HASTÍO

Desde el profundo respeto a la actuación de los tribunales, la sentencia de la Audiencia de la Coruña en el macroproceso del Prestige causa una tremenda desazón. ¿Cómo podemos explicar a los ciudadanos, a la sociedad y pueblo gallego que no haya culpables en la mayor tragedia medioambiental que ha sufrido Galicia? Como todo fallo judicial los juristas solemos cuestionar, interpretar y discrepar. Pero hemos de hacerlo con base y fundamento a derecho y a la ley. Y el ordenamiento brinda remedios y posibilidades amén de cauces procesales. Una instrucción larguísima de años y una memoria de errores en el pasado que se saldaron más o menos, en otros casos, con mínimas condenas en otros precedentes.
Los dos frentes que siempre han sido objeto de disputa judicial y, ante todo, de reclamación indemnitaria por los daños sufridos, han ido al origen de las causas y el nexo entre acción u omisión en su caso y el daño producido. El primero por qué ese barco, de bandera, armador, asegurador, certificador, y un largo etcétera distintos todos ellos entre sí, podía estar navegando y con una carga tan envenenada como la podredumbre de sus hierros. Segundo, si se tomaron una vez abierta la herida en las entrañas de su casco, monocasco, las decisiones correctas o no desde un punto de vista técnico y, por ende, político. Muchos solo quisieron y pretendieron el linchamiento.
Los daños fueron los que fueron. Terribles. Se los cuantificó en una cifra multimillonaria. Los pleitos habido en EEUU frente a la certificadora se perdieron, pero quizá, también se plantearon erróneamente. Esa es otra cuestión que se debería explicar por parte de la Abogacía del Estado y algún gran bufete jurídico. Ahora lamentarse sirve de tan poco como la negrura de un mar que vomitó durante meses sus vísceras de crueldad, pero no en forma de hilillos sino de cascadas inversas de petróleo pésimo que fluían sin cesar.
Es posible que con la instrucción que se hizo desde el principio la Audiencia no le haya quedado más camino que éste. Fue pésima y mal orientada desde un primer momento. Pero produce sonrojo, escándalo desde una óptica de justicia material que no formal. Cómo, tras un ingente daño medioambiental ocasionado, con una responsabilidad clara y concatenada de muchos, no hay culpables en lo sucedido. Esa es la desazón, que se torna en desolación y en una cierta sensación de escandalosa y sonrojante tomadura de pelo. Es cierto que, más allá de los culpables personales, más allá del comandante del barco, del jefe de máquinas etc., se buscaba un culpable que subsidiariamente tuviese que cargar y resarcir los daños.
En el fondo del mar, pertrechado en su sarcófago de silencio y oscuridad, el viejo y oxidado Prestige asiste incrédulo a un espectáculo inenarrable. No ocurriría en otros ordenamientos jurídicos. Decepción absoluta. Respeto al pronunciamiento judicial, pero no se ha hecho justicia. Justicia.

DECEPCIÓN Y HASTÍO

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