En la madrugada del 11 de agosto de 1936, Blas Infante fue fusilado en la carretera de Sevilla a Carmona, junto al antiguo huerto de Las Clarisas, sin juicio, con otros dos compañeros en desdicha. Detenido el 2 de agosto en su casa de Coria del Río, fue llevado a Sevilla y encerrado en el antiguo cine Jáuregui. Como si de un maleficio se tratara, los grandes de Andalucía eran abatidos en la oscuridad de los caminos. Otro grande, Federico García Lorca, tuvo el mismo destino. La España invertebrada les rompió la vida, mientras la otra corría en desbandada.
El 5 de julio de 1936 había sido elegido presidente de honor de la futura Junta Regional de Andalucía que iba a ser sometida a referéndum en septiembre; dos días después se estrenó el himno andaluz, pero el fatídico 18 de julio rompió los sueños de un pueblo y fragmentó una nación en lucha fratricida. El Preámbulo del actual Estatuto de Autonomía, reconoce a Blas Infante “como Padre de la Patria Andaluza”, precursor de su autonomía. Muchos años después, el espíritu del 28 de febrero de 1980 prendió la mecha del Estatuto de Autonomía de Andalucía en 1981. Rafael Escuredo, José Rodríguez de la Borbolla, Manuel Chaves González, José Antonio Griñán y Susana Díaz: cinco presidentes y un solo partido, el PSOE, gobernando desde 1982 de forma ininterrumpida. Estos son algunos de sus resultados: tasa de analfabetismo del 3,4%, frente al 1,9% de España y la población con educación superior es 4,9 puntos inferior a la media estatal. Incremento de la desigualdad del 9,1% desde el año 2007. Tasa de paro superior al 36% –más de 10 puntos sobre la media nacional– y un 55% de paro juvenil. El 46% de los hogares sufren graves dificultades para llegar a fin de mes, con una tasa de exclusión social severa del 38% (más de 690.000 hogares). Según estos datos y otros que se podrían añadir es evidente que “el socialismo en Andalucía ni estuvo, ni está, ni se le espera”. Políticas edulcoradas con resultados estremecedores.
Los resultados de las elecciones del 22 de marzo próximo serán determinantes –con nuevas formaciones rompiendo bipartidismos anquilosados– en el cambio de rumbo que tan necesario es para los andaluces, hartos de falsas promesas. Con las encuestas indicando mayorías no suficientes, es necesario forzar al candidato ganador, previsible candidata, para dar un giro radical a las políticas económicas y sociales que determinen el despegue definitivo de un pueblo asolado por la miseria. El 22 de marzo se abre el telón de un año lleno de eventos electorales, a cada cual más determinante. Las municipales y autonómicas de mayo modificarán el mapa político español de tal manera que nada volverá a ser igual. Las elecciones catalanas pondrán a cada cual en su sitio y a Artur Mas fuera de la Generalitat. Y como colofón, las elecciones generales, que determinarán el final de un ciclo, la desbandada de los arribistas y gritos en forma de llanto en las sedes de Génova y Ferraz. Con la entrada en el hemiciclo de los “místicos “de Podemos y el “dos por uno” de Ciudadanos es probable que estemos asistiendo a los albores de la España necesaria.