es lo malo que tiene el adelantar fechas o especular con ellas: cualquier retraso o complicación en el desarrollo del esperado evento produce en el ciudadano no avisado la inevitable desilusión. Y es lo que sucedió días atrás cuando la británica AztraZeneca hizo saber que había interrumpido los ensayos clínicos de la vacuna que contra el coronavirus está desarrollando junto a la Universidad de Oxford.
¿Motivo esgrimido?: una “enfermedad potencialmente inexplicable” en uno de los voluntarios de los ensayos. Por el momento, se desvanecían los tres millones de dosis que, según el ministro Illa, habrían de llegar a España ya en diciembre.
En recientes declaraciones, el investigador principal del ensayo con humanos que la farmacéutica belga Janssen, filial de la corporación norteamericana Johnson&Johnson, está haciendo en tres hospitales madrileños con la vacuna por ella desarrollada, doctor Alberto Borobia, señalaba que por primera vez en la historia reciente se está dando información en tiempo real de la marcha de un ensayo clínico.
Y esto es muy peligroso –comentaba- porque el ciudadano de a pie no sabe - lógicamente- lo que es un ensayo clínico ni se le alcanza lo que es un desarrollo de un medicamento, con lo mucho que todo ello implica.
Pero es habitual –insistía- que se detecten reacciones adversas. Más aún: lo sorprendente y preocupante sería que concluyera el desarrollo de una vacuna o medicamento sin que se hubiese detectado nada inesperado. Significaría que quizás no se habría hecho bien el trabajo. Hay, pues, que investigar las incidencias surgidas y la relación causal que pudieran o no tener con el ensayo en cuestión.
Hay muchos desarrollos en curso y las vacunas llegarán más pronto que tarde. Pero ninguna agencia reguladora va a aprobar vacuna alguna que no haya demostrado su idoneidad. No hay, pues, que obsesionarse con una fecha concreta. ¿Este año; el que viene? Hay que dejar que trabajen quienes tienen que trabajar, recomendaba.
De todas formas, sí es cierto que existe una cierta presión política, económica y mediática por introducir rápidamente una inmunización contra el coronavirus, con el consiguiente peligro de provocar el despliegue generalizado de un remedio que en realidad sea muy poco efectivo y que, por ejemplo, sólo reduzca la incidencia entre un 10 y un 20 por ciento. ¿Mejor que nada?
No habrá que olvidar que las futuras vacunas contra el covid no protegerán a todas las personas vacunadas. La eficacia al cien por cien -se asegura- es siempre un sueño. Pero según advierte un grupo de expertos de la OMS, (tan ceniza o realista como siempre, según se mire) es posible que alguna de las primeras estén tan lejos de ese cien por cien que incluso sean peores que no disponer de nada.
Malo será, con todo, que de los 179 proyectos en curso no salga adelante más pronto que tarde alguno esperanzador, estable y seguro. Cauteloso, sí, pero optimista, también.