Turismo y corrupción

nuestro turismo es fértil. Muy abundante. Crece constante, sin interrumpirse nunca. Desde la época en que don manuel Fraga lo reconociese como filón de riqueza. Le era igual bañarse en palomares desafiando el peligro nuclear que permitiendo a cuantos visitaban España enseñar hasta las bragas. Aunque la moral oficial buenas costumbres y decoro eclesiástico pronunciase el “¡vade retro!” por beatas y sacristanes para alejar tentaciones y San Compaña... Y desde entonces el fenómeno de cuantos nos visitan se multiplica en progresión geométrica un año sí y otro también. Posiblemente sea nuestro sol. La cordialidad de las gentes. El confort y seguridad ciudadanos. La hostelería de primera, buena comidas y bebidas generosas que hacen feliz al paladar más exigente.
Pero lo mismo que glosamos este hecho como singularísima aportación del homo hispabus a una pujante industria de gran rentabilidad económica hay que referirse por extensión a la enorme cantidad de individuos de toda calaña que han entrado a corromper todas las instituciones ideologías. Abundan para todos los gustos y situaciones. Sean de derechas e izquierdas, internos o externos, mediopensionistas o asimilados.
Únicamente quieren meter la mano la mano en la caja y que los demás les permitan amasar un buena fortuna, pues para eso se sacrifican por la colectividad. Y se multiplican como hongos tras un día lluvioso. Hasta el punto de incrementar los presupuestos estatales para construir nuevos penales. Hay muchos lemas que adornan el frontispicio de presidios y cárceles. “Odia el delito y compadece al delincuente” (Concepción Arenal) o “Aquí entra el hombre, el delito queda fuera”, escrito en muchos penales brasileños, donde los propios reclusos son corresponsables de la seguridad y la gestión de los centros. ¿Se da cuenta, querido lector, los casinos de alto standing que podríamos hacer con todos los sinvergüenzas adinerados que habitan nuestras trenas?

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