Hay una plaza al lado de un lugar que se deshace lentamente. Fue inaugurada hace cuatro años como dicta la tradición: con alcalde, discurso, cinta y banda de música. Es una plaza amplia, despejada, al uso de otras de reciente creación, en las que se hace patente esa peculiar dendrofobia que acostumbran a manifestar los responsables municipales coruñeses. Pero parece un territorio hostil. Pese a que el propio regidor hablaba de “recuperar un jardín que antes estaba vallado”, ahí no hay árboles. Si acaso uno o dos, canijos, algún que otro matojo dispuesto de forma muy artística por sus diseñadores y un par de parterres donde crece la hierba de una manera ciertamente económica.
Y, contrariamente a lo que se espera de una plaza, está huera de ancianos y niños. No nos extrañe. Aunque la ciudad no se caracteriza por un clima extremo, no se deben menospreciar los rigores caniculares o las eventuales primaveras calurosas, que en esa vitrocerámica se recrudecerían al caer el sol a plomo sobre sus losas. Los niños, con ese apego a creerse una bayeta, no tardarían en empezar a crepitar y a dorarse (pobres criaturitas) como escalopines en una parrilla según diesen sus cuerpecillos en el ardiente enlosado. Peor lo llevarían los ancianos si se les ocurriese sentarse en uno de sus bancos. A la media hora estarían carbonizados.
La plaza es un enorme espacio vacío (“configuración abierta”, según destacaba en su día el alcalde), y tal vez porque en situaciones extremas todo se magnifica, en un caluroso día de verano sus dimensiones se nos harían kilométricas, como para que pudiese aterrizar sin problema un 747. Del largo y crudo invierno ya ni hablemos. El frente ruso parecería más amable que esta tundra de granito pulido.
Mucho gustan estas cosas en esta ciudad. Todo pelado (diáfano, lo llaman). Y de diseño. Mucho diseño. Según se dice, fue una de las joyas de la corona para el regidor que la mandó hacer junto al edificio que se deshace lentamente. Y mientras la plaza se inauguraba con alcalde, discurso, cinta y banda de música, ese lugar ya se iba consumiendo poco a poco. Y con él también una parte de la historia coruñesa. Mil veces se habló de su rehabilitación para ser sede judicial. La última no hace ni dos meses. Veremos...
Pero ya pueden darse prisa antes de que se desplome. Porque eso se cae, seguro. Como lo que, si no se pone remedio a tiempo, sucederá con otro emblemático edificio que está a un giro de compás sobre el plano. Otro trozo de historia que se desvanece lentamente sin que nadie tome cartas en el asunto.
La Fábrica de Tabacos y la Cárcel seguirán la misma suerte de otros muchos representativos edificios coruñeses desaparecidos por culpa del desinterés, la ignorancia, la avaricia y el mal gusto.