Cumplimos ahora los cuarenta años de las elecciones democráticas donde el pueblo español se declaró estado de derecho con ejercicio de libertades. Comentaristas, tertulianos y políticos profesionales rivalizan por contar aquel arranque y el cambio recorrido hasta ya. Yo, quizás por exteriorizar los demonios que nos consumen, me siento exorcizado para volver al antes del allá y recordar a un tal general Franco y su pretensión de dejar todo bien atado, porque no se nos podía dejar solos, aun cuando algunos frívolamente lo identifiquen con nazistas y fascistas.
De todo hubo es cierto bajo la tutela de Hitler y Mussolini para sacarnos del marasmo de la guerra incivil y llevarnos al desfile de la victoria tras derrotar al Ejército Rojo. Un sistema de gobierno duro, vigilante y represivo con “brigada social” sobre la criminal. También seguridad en las calles a fuera de cementerios, campos de concentración, penales y comisarías. Prensa con censura férrea y el nacional catolicismo imponiendo santa misiones, perdones públicos y rosarios.
Democracia orgánica con procuradores y concejales designados a dedo. Partido único. Sindicatos verticales. Mientras penurias, terrores y cartillas de racionamiento. Pero los ciudadanos creyeron en ellos mismos y aceptaron su unidad de destino. Se aprobaron leyes fundamentales, especialmente la de propiedad horizontal que sería una magnífica plataforma para acceder a la vivienda familiar. Se inauguraron pantanos, nacieron paraísos en desiertos y estepas. La Magistratura de Trabajo firmó sus mejores sentencias gratuitas para el obrero. Se multiplicaron las pensiones. Los seat seiscientos invadieron nuestras carreteras. Se firmaron los pactos con EEUU. Se abrieron fronteras y el espíritu de revancha de los vencidos quedró en vitriolo acumulado. Al tiempo aquel enano pequeñito con vocecita quebradiza supo mantenerse consolidando una potente “clase media”.