La política no es un don del cielo; es obra de los seres humanos y son éstos los que, con su conducta, la prestigian o denigran.
Con la dedicación a esta actividad, se ha elucubrado mucho, pues es innegable que su alcance y disfrute producen alegrías y sinsabores. Como dijo Mirabeau, “el gobierno no se ha hecho para la comodidad y el placer de los que gobiernan” y Platón, reflexionando sobre la muerte de Sócrates, afirmó que “es mejor ser víctima de injusticia que ser injusto”, o que “es mejor morir siendo justo que vivir siendo injusto”.
No cabe duda que en las anteriores consideraciones reside la mayor dignidad de la política, como dedicación al servicio púbico y al interés general.
Dicho lo anterior, es injusto que se juzgue el valor y la importancia de la política al margen de lo que hacen y cómo se comportan los políticos, pues servir a la política no es servirse de la política. Cuando esto ocurre, la política deja de ser una vocación para convertirse en una profesión. En estos casos, la burocracia y el cargo superan a la dedicación, la abnegación y el espíritu de servicio.
El descrédito de la política llevó a Sócrates a confesar que “si se hubiese dedicado a la política, habría muerto hace mucho”.
La política no es un ente ideal o abstracto; es una actividad de las personas que asumen, voluntariamente, la responsabilidad de representar a sus ciudadanos y contribuir a su progreso y bienestar. Para ello, deben ser modelo y ejemplo; deben intentar, como dice Plutarco, educar al pueblo “con buenas maneras” y debe darle ejemplo con su vida privada, incluso en los más mínimos detalles”.
Según la filósofa Victora Camps, “la esencia del término político se ha perdido. Los griegos creían que el fin del hombre libre era la política, dedicarse al servicio público, servir a los demás. No digo que no haya políticos que no tengan ese objetivo, pero lo que trasciende es el enfrentamiento.
Por nuestra parte, decimos que lo que trasciende es el apego al cargo y a retener el poder a toda costa, pues si difícil es alcanzarlo, más difícil es conservarlo y recuperarlo.
El político debe servir a los demás y ser escrupuloso en la gestión de los asuntos públicos. Así lo proclamó Pericles diciendo, que “somos libres y tolerantes en nuestras cosas pero en los asuntos públicos nos ceñimos a la ley”.
Sólo la ley y el derecho ayudan al bien y a que el gobernante, como dijo Plutarco, “tema más hacer el mal que sufrirlo”.