Tras la excelente e inteligentemente diáfana versión –excepto los solos trompeteros–de la Sinfonía nº 3 de Mahler, en el que fue el primer concierto de abono de esta temporada, nos hemos vuelto a encontrar con una Orquesta Sinfónica activa, en el que un efluvio de sana intención de superación emanó con fuerza desde el escenario. En estos tiempos de marejada y aguas turbulentas puede ser la única vía posible de actuación, si la intención es seguir en el candelero de la excelencia musical y salir indemnes del intento. Una vez confirmadas las expectativas que teníamos sobre la OSG, pasamos a comentar brevemente los demás actores y la mística de las relaciones escénicas.
El programa estuvo compuesto por “Tres interludios para orquesta”, de Benet Casablancas, el “Concierto Nº 4 en Sol M para piano y orquesta”, de Beethoven y “Metamorfosis”, de Richard Strauss. No cabe duda que el plato más esperado fue el Concierto nº 4, por motivos evidentes, aunque valoramos la valentía de los 23 músicos de cuerda que se atrevieron con la obra de Strauss. Esta lúcida obra se vio reforzada en sus aspectos musicales por un grupo valiente de solistas de la OSG que se prestaron a realizar casi un recital de música camerística. Por valentía, por la gran categoría de la dirección de Dima Slobodeniouk y por la profesionalidad de los intérpretes, en lo que fue un compromiso con la calidad, enviamos nuestra admiración y gratitud. La única pega fue la acústica de Palacio, que está preparada para grupos más numerosos que puedan llenar con sonido el total de metros cúbicos de aire. No obstante, el enfatizado empeño de los músicos en conseguir su momento de gloria interpretativa hizo que Strauss brillara en la sala con una versión de alto mérito artístico y sabia dirección musical.
Beethoven fue harina de otro costal. Músico complicado en el que es necesaria una lectura detallada y sabia de sus indicaciones dinámicas, no todas las técnicas pianísticas funcionan y se amoldan a las demandas del compositor. Javier Perianes es un pianista al que no toda la música le funciona igual, lógicamente. Su técnica etérea y volátil está indicada para impresionistas y otras veleidades luminosas, pero no pareció funcionar en Beethoven, en donde el control y uso de pesos corporales para los pasajes de dos “ff” y “sf” deben estar somatizados previamente por el intérprete. No tenemos la sensación de que sucediera así. Densidad y profundidad sonora, extracción del sentido musical desde el control armónico en acordes plaqués y un tipo de rítmica más rigurosa hubieran concluido en una versión de mayor cordura beethoveniana en la que es una de las grandes obras para piano de la historia. No obstante, desde aspectos técnicos, su lectura fue rigurosa, a costa de un menoscabo en otros mucho más importantes, como los que emanan del sentido de la trascendencia emocional de las partituras. “Serenata andaluza” de Falla, de bis.