Tristes paradojas

na sociedad donde se da el ‘’bullying’’ –acoso escolar muchas veces con catastróficas consecuencias– y predica el culto por la muerte semeja vivir en el caos o cuando menos parece enferma. Es contra natura que el acto se oponga a la pontencia que lo hizo. Lo creado a su creador. 
Porque puede entenderse el desenlace de una enfermedad prolongada artificialmente, desconectando cables para no prolongar el sufrimiento. Sin embargo el entorno, la dialéctica de lo humano se enfrenta con la parcialidad al clima de suicidios consumados como en ese juego de la ballena azul de superar cincuenta retos hasta el último definitivo.
Inducir a la muerte es macabro y revelador del relativismo actual. Los principios de Groucho Marx que podía sustituir por otros. Las heroicas muertes de nuestra niñez -por la patria, por amor, por solidaridad- ha venido a sustituirla una eutanasia prima hermana del aborto, por cuanto la mujer es dueña de su cuerpo y el hombre consentidor que permite le arrebaten el hijo. 
El predicamento del suicidio arranca con el envenenamiento de Chatertor en 1770. Hasta entonces estaba mal visto. Pero cantado por los poetas Keats, Shelley y Vigny, junto al pistoletazo novelesco de Werter, promocionaron el caldo de cultivo de un estatus intelectual y honorífico aunque siguiera privado de cementerio sagrado.
Habrá mucho que dialogar antes de pronunciarse sobre la eutanasia pese a que se reconozcan los cuidados paliativos. Pienso en parientes criminales. O en las aterradoras veinticuatro últimas horas del suicida. Alcanzo de mi biblioteca ‘’Antología de poetas suicidas (1770-1985)’’ seleccionada y coordinada por José Luis Gallero. 
Medio centenar de casos. Fracasos. No alcanzar los hoizontes. Exacerbada sensibilidad. Inclemencias. Desánimo. Pese a todo, razonan profesores de la Complutense, las vidas de estas muertes son un ejemplo de vitalidad extraordinaria. El sufrimiento parecía dotarles de maravillora ligereza.

 

Tristes paradojas

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