Conozco a un tipo, algo huraño, que se escandaliza cada vez que le mencionan las aspiraciones soberanistas de Cataluña y el País Vasco. “¿Por qué diablos quieren ser independientes esos dos?”, pregunta retóricamente. No dice “para qué”, sino “por qué”. Él mismo lo aclara con vehemencia. Resuelve el hombre que en la historia de España no hubo pueblos tan decididamente afectos a las causas ibéricas y sus tareas fundacionales e imperiales como esas dos regiones. De hecho, dice, la conformación de lo que entendemos por España a partir de Castilla tuvo como colaboradores necesarios a vascos y catalanes; si acaso en distintas épocas, pero apoyos reales y efectivos, cuando no imprescindibles. Únicos.
A partir de ahí, acostumbra a hacer una relación de episodios donde asegura que los naturales de esas dos comunidades han sido desde antiguo, –junto con lo andalusí– participantes, protagonistas y hasta creadores de la esencia de España y de lo español, antes de lo que ahora se entiende a partir del tópico y lo folclórico como tal. “¡Qué separatistas ni qué niño muerto!”, bramaba. “La conquista de América, la guerra, la política y la economía tienen apellidos vascos y catalanes. Guerreros, aventureros o comerciantes de gran movilidad por el territorio peninsular y más allá de los mares”, reflexionaba. “Su implicación en todo lo que sucediese o afectase a España está fuera de toda duda, no hay más repasar la historia”.
“¿Y Galicia?”, le retamos.
“¡Galicia nada tuvo ni tiene que ver con España!”, exclamó con rabia.
Tiene la teoría de que salvo episodios transversales y circunstanciales, Galicia quedó al margen de lo que pasaba en España. “A España nunca le interesamos y a nosotros nunca nos interesó España”. “Nos capturaron el alma cierto día. Fuimos un trofeo menor para ella. Uno más para sus vitrinas. Luego nos olvidó, salvo para humillarnos y despreciarnos”, sentencia.
“Ya, el clásico ‘mexan por nos...’ y todo eso. Pero, ¿y los políticos y prohombres que han salido de esta tierra para participar en el proyecto español o para regir los destinos de España?”, inquirimos.
“¡Ah, amigos! a eso se le llama venganza”, dijo crípticamente. “Son excedentes. Memos útiles, por lo general mezquinos e incompetentes, destinados como quintacolumna para joder a los españoles que nos maltrataron. Acuérdense de aquel enano con voz de pito y cara de circunciso que les tuvo estrujados bajo su bota. O aquel percebe, muñidor de un partido que nació para cometer toda suerte de tropelías y peligrosas excentricidades cuando llegase al poder. O el merluzo que ahora gobierna y que tiene acogotado a todo dios. ¿Me equivoco? ¡Qué tres obuses! Hay más en la recámara”. Y echó otro trago de “Tío Pepe” ante la guasa general... “¿Qué ocurre?” –espetó– “Los ingleses se han pasado la vida mazándose a amontillados y no se les ha dado por dar palmas...”.