El Presidente de la Xunta acaba de anunciar que presentará por tercera vez su candidatura al frente del Ejecutivo autonómico. ¿Sus justificaciones? De formulario, en definitiva, las mismas que en su día esgrimieron otros gobernantes como González, Chaves, Rita Barbera, o, ya cruzando el “charco”, los Menem, Fujimori, Chávez, Correa, Kirchner, Morales o Maduro: necesidad de tiempo para completar su magno proyecto, mayor estabilidad social y económica, respeto de la verdadera voluntad popular, sin olvidar que están de paso, que no se dedican a la política, que se trata de un servicio temporal, y que, además de la cabeza, también tienen a su tierra en el corazón...
Empero, las causas de la perpetuación en el poder de la mayoría son mucho más prosaicas y nada, o muy poco, tienen que ver con el amor a la “terriña”; y es que quienes lo detentan demasiado tiempo –y dos legislaturas, 8 años, es tiempo más que suficiente- terminan por no querer abandonarlo. Ni él, ni, menos aún, sus “compañeros de viaje”. Y, en no pocos casos, finalmente, marchan por la “puerta de atrás”; acabando, en ocasiones, con un prestigioso pasado político. Y es una pena que le pudiera pasar a Feijoo, que goza de buen talante y tirón popular para metas más ambiciosas.
En España, opino que de forma harto equivocada, ninguna ley prevé un límite temporal quedando al libre albedrio del gobernante de turno la posibilidad de perpetuarse siempre que el pueblo lo vote. Y digo que de forma equivocada, porque soy de los que piensan –y a los hechos me remito– que si en los países democráticos no existe una cierta alternancia en el poder, la corrupción no tarda en aparecer. Paradigmáticos son por aquí los casos de Chaves, con sus 19 años de presidencia en Andalucía, hasta su forzada dimisión; o de Rita Barbera, tras sus 24 años como alcaldesa de Valencia. La consecuencia: una ominosa corrupción a su alrededor, sostenida por una entramada red clientelar.
Y es que, en este campo, como en el de la salud de las personas, prevenir es curar y, por eso, pienso que debería institucionalizarse la limitación de los mandatos, posibilitando así la alternancia o rotación personal e ideológica como forma más civilizada de democracia. Y nunca dejar estas cosas al libre albedrío del ser humano, “zoon politikón” o “animal político” según Aristóteles. Con sus nefandas consecuencias.