Campo Lameiro. Una de las principales estaciones rupestres de Galicia. Una de las mayores de Europa. Cerca de cien grabados en roca con más de cuatro mil años de antigüedad descubiertos hasta el momento. Ciervos, caballos, espirales, serpentiformes, formas laberínticas, cazoletas... El día de la inauguración de un parque arqueológico en ese municipio pontevedrés, los políticos, propensos a la gradilocuencia y la cursilería, la calificaron de Pórtico da Gloria, de Capilla Sixtina de la Edad del Bronce o la Altamira gallega. Feijóo había proclamado en su discurso aquel día que Campo Lameiro “es un ejemplo de que Galicia sabe cuidar de sus herencias, enriquecerlas y transmitirlas”. Ya. Aunque, después de más de cuarenta siglos expuestos a la intemperie, la ignorancia, al vandalismo o la superstición, alguien ha enviado algunos de sus petroglifos al limbo de los petroglifos. Ahí había unas insculturas hechas por unos paisanos dos mil años antes de Cristo. Y ahí perduraron hasta que hace unos días se las cargaron con un tractor. Transcribo esta circunstancia a partir de informaciones de prensa, entiendo que debidamente contrastadas. Ateniéndonos a lo que publicó “El País”, el caso es que durante unas tareas de desbroce realizadas por la concesionaria la cadena del bulldozer destrozó un grupo de grabados. Naturalmente, Ayuntamiento y Xunta se han inhibido y han minimizado los daños y su trascendencia. Normal.
¿Una fábula? No. Estamos en Galicia. Así es cómo se protege aquí el patrimonio. No ha sido la primera vez ni será la última. Hablamos de negligencia, aunque lo habitual son los destrozos hechos a conciencia, subrepticia y alevosamente, pero con apariencia de legalidad. Así, al limbo del patrimonio han ido a parar castros, cistas, mámoas, círculos líticos y todo cuanto resto pudiera fastidiar el proyecto de una carretera, polígono industrial, comercial o residencial, puerto exterior, interior, seco o con perejiles con la complicidad de arqueólogos municipales y el beneplácito de chupatintas autonómicos. Ejemplos hay a paladas. Sin olvidar el “reciclaje”: cierres con piedras de castros y de antiguas calzadas, cruces de túmulos destinadas a señalar cómaros, sarcófagos como bebederos de patos y ortostatos como barra de cantina. Estamos en Galicia, el limbo donde lo que es no es, aunque lo sea pero no lo parezca. El único lugar en el mundo donde le ponen un condón a un megalito. De diseño, eso sí. Estilo Le Corbusier. Y con centro de interpretación. Que tomen ejemplo en Stonehenge o en Carnac.