Aestos tiempos de la prórroga final del partido, semeja que Rajoy adquiere relevancia como portaestandarte hacia esa regeneración ética y prosperidad futura que tanto necesita España. Es el instante de calibrar dificultades, superar obstáculos, diseñar líneas de gobernanza patria donde todos participen y asuman responsabilidades. Gatas en celo, que aguardan gatos apolíneos, cordiales y seductores de nueva hornada o al chuleta tiñoso, que no tiene donde caerse muerto, circunflejo en recortes económicos, pero en quien se confía para salir adelante. Aquí no caben postureos. Hay que dar el “do” de pecho. Todos conocemos estas dificultades y sabemos –los votos repetidos así lo acreditan– que es uno de los pocos capacitados para arrostrar el riesgo de una empresa tan alambicada como la española. ¿Qué otro podrá llevar el gato al agua?
Micifuz y Zapirón. Ministros de razas variadas. Tantas como autonomías inspiradas por el aliento de Dios. Porque una cosa es predicar y otra dar trigo. La edad vale como índice pero no como siembra de cerebros jóvenes con madurez pragmática. Por eso los emergentes exponen teorías, ideas, meras elucubraciones. Nada más. Es la vida cotidiana de Samaniego en su fábula congreso de ratones, aceptando la propuesta de Roequeso de adornar el cuello del gato con cascabel denunciador... Igualito que por estos lares. Mucho bla bla bla. Proyecto nacional. Estado de bienestar. Pero si no lo hace el de Pontevedra –¡el peor valorado de todos los políticos, pese a ser el más votado!– ¿quién dará el paso al frente? La inteligencia de Rajoy, fina perspicacia, ironía flemática le concede fuerza crítica. Así, mientras otros buscan felinos blancos o negros, él solo busca que no tengan guantes y cacen ratones. Échese un vistazo a la elección de la Mesa de la Cámara cuando sobrepaso con diez voto la coyuntura...
¿Una nueva llamada a las urnas le daría mayoría absoluta?