No por adjudicar los altos cargos del Ministerio de Igualdad exclusivamente a mujeres se es más ni mejor feminista. Tampoco por urdir una ley, la llamada Ley Trans, que facultaría a los menores a cambiar de sexo de manera irreversible sin encomendarse a dios ni al diablo, y mucho menos al tiempo que toda criatura necesita para madurar lo suficiente para saber algo, incluida en ese algo no ya su orientación, sino nada menos que su identidad sexual.
Pues la igualdad real y efectiva en derechos, en todos los derechos, sigue siendo en España una asignatura pendiente bajo la pátina de una tan generalizada como banal profesión de fe feminista, se esperaba de la creación del Ministerio de Igualdad algún avance al respecto, más allá de la propaganda. Lamentablemente, su titular, Irene Montero, no solo no ha promovido ninguna política de igualación fraterna y ante la ley entre hombres y mujeres, de esas que convocan a aquellos a despojarse de los harapos machistas y a éstas de los atavismos que aún las encadenan, sino que con lo poco que ha hecho ha conseguido que la mayoría de sus propias correligionarias la aborrezcan.
Dirigir todo un flamante Ministerio de Igualdad para tontear con la aberrante idea de que la prostitución es un trabajo, y no, cual es en realidad, la peor forma de explotación, esclavitud y cosificación de la mujer, para reducir el complejo mundo de las relaciones heterosexuales a la puerilidad del sí, sí, sí, para amparar eslóganes como el de “Sola y borracha quiero llegar a casa” que más parece patrocinado por una empresa alcoholera que por el decoro intelectual, o para sacarse de la manga, como asunto de máxima prioridad y transcendencia, una Ley de Transexualidad de barra libre, es un gasto, y no solo económico ni principalmente, que lo mismo no nos podemos permitir.
La Confluencia Movimiento Feminista, que agrupa a unas 30 organizaciones y a personas vinculadas con el propio partido de la ministra, ha dicho hasta aquí hemos llegado con esas ocurrencias que ni consulta ni somete a debate público ni interno, y ha pedido al presidente del Gobierno que la destituya o que, directamente, suprima ese Ministerio de Igualdad que parece no servir para maldita la cosa, salvo para cargarse lo de Unidas Podemos, ese nombre de apariencia feminista que esconde una vena autoritaria y sectaria que mal se compagina con el feminismo de verdad, de raíz humanista. El Día de la Mujer, en fin, amaneció como todo en estos tiempos de pandemia, revuelto.