Las personas nacemos dotadas de un carácter que se va modelando con el paso de los años en base a factores educacionales y a las vivencias por las que a cada cual nos toca deambular. Esa forma de ser, cuya base nos ha sido otorgada desde nuestro engendramiento, puede resultar agradable, anodina o hasta molesta para una buena parte del entorno que rodea a cada individuo e, incluso, para uno mismo.
A lo largo de la vida, la mayor parte de la gente tratamos de ir limando las esquirlas más incómodas de nuestra personalidad y de desarrollar aquellos matices más atractivos de la misma. Por ello, podría considerarse que nunca se acaba de conocer del todo a alguien y, mucho menos, si no existe un trato fluido y persistente en el tiempo.
A pesar de ello, existen gentes empeñadas en aferrarse a un vago recuerdo para crear patrones en lo que respecta a otros semejantes. La forma de llevar a cabo esta práctica- generalmente negativa- suele basarse en agarrarse a algún hecho aislado del que fueron testigos o en prestar oídos a ciertos rumores.
En mi humilde opinión, vivimos en un mundo cargado de estereotipos tendentes a colgar etiquetas a nuestros vecinos y, casi siempre, en base a la simpatía o antipatía que estos nos producen y también en función de los sentimientos que provocan en nuestros amigos o aliados e, incluso, en las sensaciones que nos transmiten las simples apariencias; porque está muy bien tener intuición y hasta creer que esta nos protege del bien y del mal, pero no debemos dejar de concedernos el beneficio de la duda. Nadie lo sabe todo, ni todo lo sabe nadie.
En cualquier caso, hayamos sido como hayamos sido en según qué momento, no tenemos ninguna obligación de ser la misma persona que fuimos hace un año. Tenemos derecho a crecer, a evolucionar, a madurar, a conocer y a hacer cambios que mejoren nuestra vida. Sin arrepentimiento ni disculpas. Siendo lo que queramos ser y pensando lo que nos dé la gana.
La existencia de cada cual solamente le pertenece a cada uno. Si este decide amoldarla a su entorno o rebelarse contra él, es únicamente problema de cada uno. Del mismo modo, ninguno de nosotros tenemos por qué colgarle un San Benito a nadie basándonos en las pocas veces en las que hemos coincidido, en cómo era esa persona hace décadas, en la sensación que nos transmite, o en lo que otros-con mejor o peor intención-nos han contado sobre ella.
Tomémonos tiempo para juzgar, observemos sin dejarnos manipular y saquemos nuestras propias conclusiones en base a nuestra percepción personal y, una vez que lo hayamos hecho, no temamos trasladar a los demás nuestro pensamiento al respecto. Seamos valientes y dueños de nuestras propias conclusiones. Desterremos todo rastro de estereotipo y aceptemos que, para mal o para bien, podíamos o podían estar equivocados en relación con la persona escrutada.
La vida es una caja de sorpresas para todos y, aunque hay algunos que se empeñan en querer demostrar a los demás que saben mucho más que el resto, en cuestión de antipatía o de simpatía, todos sabemos más o menos lo mismo, es decir: nada; porque se trata exclusivamente de una cuestión subjetiva y relacionada con la química que, ni se estudia en ninguna parte, ni tienen por qué percibirla del mismo modo varias personas y-mucho menos- hacerlo al mismo tiempo.